20. La Coronación de María, Reina de cielos y tierra
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito; concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.
1. ¿Quién es ésta que surge cual aurora, bella como la luna, refulgente como el sol? (Cant. 6, 10).
2. Como flor del rosal en primavera, como lirio junto al manantial; como brote del Líbano en verano, como fuego e incienso en el incensario; como vaso de oro macizo adornado de toda clase de piedras preciosas. (Eclo. 50, 8-9).
3. Yo soy la Madre del Amor hermoso, del temor, del conocimiento, y de la santa esperanza. (Eclo. 24, 24).
4. En mi está toda gracia de camino y de verdad; en mi toda esperanza de vida y de virtud. (Eclo. 24, 25).
5. Venid a mi los que me deseáis y hartaos de mis frutos. (Eclo. 24, 26).
6. Que mi recuerdo es más dulce que la miel; mi heredad mas dulce que panal de miel. (Eclo. 24, 27).
7. Ahora, pues, hijos, escuchadme, escuchad la instrucción y haceos sabios, no la despreciéis. (Prov. 8, 32-33).
8. Dichosos los que guardan mis caminos. Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi puerta cada día. (Prov. 8, 33-34).
9. Porque el que me halla, ha hallado la Vida, ha logrado el Favor del Señor. (Prov. 8, 35).
10. Salve, oh Reina de la Misericordia, líbranos del enemigo, y recíbenos en la hora de la muerte. (Gradual M. de B. V M).
Este misterio lleva el anterior a cumplimiento. Aquél hablaba del paso de María a la eternidad; éste celebra el momento en que se le otorga toda la riqueza de la misma. San Pablo dijo que “los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por uno solo, Jesucristo” (Rom 5, 17). Así, a la que pasó con Cristo por la oscuridad de la tierra se le hace partícipe de su gloria. De ello es símbolo la corona. Ahora es ella la “Reina del Cielo”. Criatura de Dios, como todos nosotros, y entregada a Él con una humildad tan grande como su pureza. A la vez, sin embargo, elevada por Él a un santo reinado que nada implica de pretensión y capricho, sino que es la figura viviente de la gracia y del encanto que ella irradia.
La actitud más íntima del cristiano ha de ser la humildad. Sabe que por sí no tiene nada, pues todo le viene de Dios; que por sí mismo no puede nada, sino que todo lo puede sólo por la gracia. La humildad es el reconocimiento de esta verdad. Más aún, es la alegría que nos produce; la dicha que irradia; en último término, no es sino amor. Pero en esa misma humildad late la conciencia callada de una oculta grandeza. No propia, sino regalada; pero regalada de forma que nos pertenece de modo más entrañable que todo cuanto procede de las exigencias de nuestro propio ser. Esto indica San Pablo cuando habla de la “gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8, 18 ). Es el resplandor de la majestad de Dios que brilla en el Cristo resucitado. De Él se nos hará partícipes.
Guardini, Romano, Orar con... El Rosario de Nuestra Señora, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2008, p. 139.
Coronada de gloria -como aparece en último misterio glorioso- María resplandece como Reina de los Ángeles y de los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica de la Iglesia. (RVM, 23)
No cabe pensar aquí en la tierra en “morada permanente”, y hemos de “aspirar a la futura”. A ello invita la actitud ejemplar de la Señora, que es Madre y, por lo mismo Maestra. Sentada en su trono de gloria… cual corresponde a la Reina de cielos y tierra, la Virgen desvela ante nuestros ojos la visión exacta del último misterio glorioso del Santo Rosario… No hay que olvidar nunca la meta definitiva del último misterio de gloria.
María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”. Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el “Rosario” que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.
Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.
Martínez Puche, José A., El Rosario de Juan Pablo II, Edibesa, Madrid, 2003, p. 44..