El ser humano debe vivir de Dios

A su vez el cuerpo del ser humano debe vivir del alma espiritual, y su alma de Dios y, a través de ella, el hombre en su totalidad.
El pecado hizo añicos esa totalidad de vida. El pecado fue la pretensión de vivir a partir de sí mismo, autónomamente, “como Dios” (Gn 3, 5). Así se extinguió el arco de fuego. Todo se derrumbó. Ciertamente seguía existiendo el alma espiritual; ella no podía dejar de ser; ya que no podía ser destruida. Pero su indestructibilidad pasó a ser una indestructibilidad fantasmal, fruto de la precariedad. También seguía estando el cuerpo, porque en él palpitaba el alma. Pero un alma “muerta”, que ya no podía dar aquella vida que Dios había pensado para el ser humano. De ese modo la vida se convirtió en real y a la vez no real, orden y caos, subsistencia y transitoriedad.
Y precisamente eso es distinto en Jesucristo. En Él el arco de fuego sigue encendido, con pureza y fuerza divinas. En Él no sólo se llama “gracia” sino “Espíritu Santo”. Su ser humano vive de Dios en la plenitud del Espíritu Santo. Fue concebido por el Espíritu y su vida se cumple en la plenitud de ese Espíritu. No sólo como la de un hombre amante de Dios, sino como la de Uno que es humano y divino a la vez. Más aún: como Cristo sólo puede ser aquél que no sólo “adhiera” a Dios sino que “sea” Dios. Su humanidad está viva de una manera distinta a la de nosotros, los hombres.
El arco de fuego entre el Hijo de Dios y el ser humano de Jesús –si bien sólo nuestro entendimiento desvalido habla de un “entre” donde existía una fusión cuya intimidad escapa a los conceptos humanos-, esa llama viva, es aquel “algo” del cual hablamos más arriba. Está detrás de su vivir y morir. En alas de ella Jesús vive nuestra vida humana y muere nuestra muerte humana con mayor profundidad de lo que nosotros somos capaces. Y de esa manera las transfigura a ambas. En alas de ella también nuestra vida y nuestra muerte pasan a ser distintas. Y así se abre una posibilidad de vivir y morir.

Guardini, Romano, El Señor. Meditaciones sobre la persona y la vida de Jesucristo, Lumen, Buenos Aires, 2000, p. 305.

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