Es Él quien habrá de venir a buscarnos
Lo que hay en el cristiano procede de Dios y nos viene esencialmente como exigencia de llevar una nueva vida. Aquel volver a nacer del cual hablábamos no tiene nada que ver con magia, ni con iniciación en misterios, ni con irrupción en formas superiores de conciencia o cosas por el estilo, sino que se refiere a una realidad muy completa y simple: la conversión. Si convertirse en cristiano quiere decir colocar aquel nuevo comienzo en nosotros, ser cristiano es entonces consumar ese comienzo: hacer que nuestros pensamientos sean los de Cristo; que nuestra disposición interior sea la suya, que nuestra vida tenga como modelo la suya… Al obrar así, ¿quién habrá de gloriarse?
No es que Cristo esté en una orilla y nosotros en otra, y que contemplándolo y meditando sobre Él arribemos a la conclusión de que tiene razón, y acto seguido nos decidamos a cruzar el torrente e ir hacia Él… No; no es así el proceso de creer. Por este camino jamás llegaríamos a Cristo. Es Él quien habrá de venir a buscarnos. Tenemos que pedirle que envíe el Espíritu para poder ir hacia Él. Hemos de desprendernos de nosotros mismos y arriesgarnos a cruzar el torrente, contando con que Él habrá de asirnos y atraernos hacia sí.
Si éstos son nuestros pensamientos y ésta nuestra esperanza, entonces se habrá realizado lo que nosotros esperábamos, aunque no sea más que a manera de un principio. Porque ya el mero hecho de tener esperanza en que el Señor nos concederá el don de creer, es algo que sólo podemos hacer si Él ya de alguna manera nos ha otorgado esa gracia.
Guardini, Romano, El Señor. Meditaciones sobre la persona y la vida de Jesucristo, Lumen, Buenos Aires, 2000, p. 567.