Examen del día – San Ignacio de Loyola

Rezando el día hacia atrás (EE43)

“Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. Sal 95,7-8.

NO es…

  • Un proyecto de auto-perfeccionamiento
  • Una introspección vacía
  • Un moralismo desordenado
SÍ es…

  • Una oración (preparación: EE 46 y 239)
  • Una toma de conciencia del obrar de Dios
  • Un crecimiento en sensibilidad al actuar divino


1.      Pido Gracia

Pido confiadamente la luz que necesito para considerar mis últimas 24 horas. En el examen del día no dependo sólo de mi memoria y mi análisis de la realidad sino también de una capacidad, guiada por el Espíritu, para contemplar mi vida. Así, la meta de esta oración no es el ejercicio de la memoria sino la adquisición de una sensibilidad especial para captar cómo el Señor ha estado presente en mi historia. “Que mi amor, Señor, crezca más y más en conocimiento y en toda clase de percepción” (Flp 1,9). Cómo ha estado Él en mí; no tanto cómo he estado yo.

                   

2.      Doy gracias

En un primer paso, agradezco el día sin querer valorar nada. Realmente no poseo nada, ni siquiera me poseo a mí mismo puesto que todo lo que tengo y de alguna manera soy, es don. Repaso las últimas veinticuatro horas y agradezco las relaciones, las amistades, el trabajo, la comida, lo que he visto y escuchado, lo cotidiano y específico de este día. “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1Cor 4,7).

 

3.      Tomo conciencia de lo vivido

Tomo conciencia y explicito los sentimientos, los recuerdos… qué he experimentado durante el día: gozo, aburrimiento, miedo, anticipación, resignación, enfado, paz, esperanza, vergüenza, incertidumbre, compasión, asco, gratitud, orgullo, rabia, duda, timidez, confianza, etc. Estos sentimientos, ideas… señalan momentos claves del día. Traigo a la memoria los bienes recibidos, “ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios por mí y cuánto me ha dado… para que enteramente reconociendo pueda en todo amar y servir” (EE 233-4).

 

4.      Elijo y rezo una de mis vivencias

Escojo aquel sentimiento recordado –positivo o negativo- que más me llame la atención y rezo a partir de él. Dejo que mi oración surja espontáneamente al considerar este sentimiento y las circunstancias que le dieron origen. Dependiendo del sentimiento en cuestión, puede brotar en mí una alabanza, petición, un grito de auxilio, arrepentimiento, etc.

 

5.      Miro hacia mañana

Usando mi agenda si es necesario, considero mi futuro inmediato. Tomo conciencia de los sentimientos –ansiedad, duda, cansancio, alegría, tranquilidad, debilidad, remordimiento- que surgen mientras repaso las reuniones, conversaciones, charlas, los viajes, trabajos, etc., que espero para mañana y los convierto en una oración de petición, de alabanza, de gratitud, etc. Termino con un Padre Nuestro.

 


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