Mandamientos actualizados por Jesús
Mt 5
33 "Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos.
34 Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios,
35 ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
36 Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro.
37 Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno.
21 "Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal.
22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.
23 Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti,
24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.
38 "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
39 Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra:
40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto;
41 y al que te obligue a andar una milla vete con él dos.
42 A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
43 "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan,
45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?
47 Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular?
Lc 6, 34 Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente.
Mt 5, 27 "Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.
28 Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.
Mt 5, 48 Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
Al meditar sobre estos textos intuimos a dónde apunta Jesús: mostrarnos el nuevo hombre que Dios quiere. Un hombre que se afirme por encima de todas esas diferencias transitorias entre mandamiento y prohibición, justicia e injusticia. Y justamente en este nuevo punto de vista que asume el hombre, encuentra su plenitud la antigua Ley de las diferencias… Podríamos expresarlo también así: Dios le revela al hombre su santa voluntad, quiere que éste la cumpla, y le promete que en ese cumplimiento hallará su plenitud.
Pero ante la magnitud de la exigencia, el hombre se amilana y se defiende de ella poniéndole límites, estableciendo una diferencia entre interior y exterior. Según este planteamiento suyo, la acción verdadera y acabadamente mala es la exterior, la que se puede ver y palpar, la que deja secuelas. Por lo tanto a lo que queda oculto en lo interior no haría falta tomarlo tan a pecho…
Frente a esta concepción el Señor dice: El hombre es una totalidad en la que no hay compartimientos estancos. Si bien la acción tiene sus etapas previas, ella por último procede de la disposición del corazón y se pone de manifiesto a través de palabras, gestos y actitudes. Si cifras todo el esfuerzo en respetar los límites de la acción exterior en sí misma, ciertamente la transgredirás. Porque si das paso al mal en tus palabras, ya habrás realizado la mitad de la acción; si le abres camino al mal en tus pensamientos, habrás sembrado la semilla que germinará en la acción.
Vale decir que no sólo la mano del hombre sino toda su persona debe ser buena. El ser humano ofrece un exterior y un fuero interno… Sin embargo la actitud del corazón es en sí misma más importante que el obrar de las manos, aún cuando ese obrar aparentemente produzca efectos mayores. Tan pronto como un pensamiento se traduce en una acción, se convierte en un fragmento del acontecer mundial, ya no pertenece a sí mismo. Pero en lo interior del hombre está todavía sujeto al poder de la libertad y allí se aprecia con mayor claridad su bondad o malicia. Lo decisivo es ese primer abandonarse o resistirse, ese primer “sí” o “no” a la pasión. Y es ahí donde debes comenzar tu trabajo.
La otra defensa que el hombre le opone a las exigencias de Dios es la razonabilidad. Y así se dice: Es cierto; hay que ser bueno, pero también hay que ser razonable. Se debe amar al prójimo, pero con medida. Es necesario tener en cuenta el bienestar del otro, pero de acuerdo a cómo se comporte y dentro de los límites que imponga el interés propio. En cambio el Señor replica: Esta razonabilidad no te conducirá a la meta; el hombre que sólo busca justicia no alcanzará la plenitud de la justicia. Porque, para ser realmente justo, el ser humano tiene que fundarse sobre una base que esté por encima de la misma justicia. No podrá resistir a la injusticia empeñándose solo en mantener la medida justa, sino cuando obre en la fuerza del amor que ya no mide más, sino que regala y crea. Sí; es recién entonces cuando se hará posible la justicia genuina. Si tú sólo quieres ser bueno cuando halles bondad, ni siquiera lograrás corresponder a esa bondad. Porque incluso a la bondad le podrás pagar con bondad sólo cuando tú conquistes una altura que esté por encima de la bondad misma: el amor. Protegido por ese amor, recién entonces tu bondad será pura.
Y se sigue ahondando en este pensamiento. Querer sólo justicia es algo que “también hacen los gentiles” (cf. Mt 5, 47), es pura “ética”. En cambio tú has sido llamado por el Dios viviente. A Dios no le basta la ética, porque por el camino de la mera ética no se le da a Él lo que le corresponde, ni tampoco el ser humano llega a ser lo que debiera ser. Dios es el Santo. “El Bien” es un nombre de Aquel cuya esencia es inefable. El no sólo quiere obediencia ante “el Bien”, sino que tú adhieras a Él, al Dios vivo; que intentes vivir este amor y la nueva existencia que surge de él. De eso es de lo que se trata en el Nuevo Testamento, y es recién entonces que se hará posible la plenitud de “lo ético”.
Naturalmente, éste es un emprendimiento que va más allá de las fuerzas humanas. Purificar el corazón hasta en sus raíces, a fin de que el respeto por la dignidad del otro domine el deseo natural ya en sus primeras mociones; desprenderse del odio, quitarlo hasta de los más hondos sentimientos; contener a la violencia con la libertad que es fruto del amor, de tal manera que sea vencida por ese abrazo de amor; devolver bien por mal; pagar con amistad la hostilidad… todas éstas son cosas que van más allá de las puras fuerzas humanas y que no se deberían tratar con ligereza. Y es mejor que el corazón del hombre se resista a aquellas exigencias o bien permanezca abierto a la gracia con una actitud de temor y esperanza, que hablar de ellas como meros principios de una ética superior y de validez general desde los tiempos de Cristo.
En realidad dichas exigencias son llamados a vivir una vida nueva. Y esto mismo puede percibirse con claridad en aquellas otras palabras de Cristo: “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 44-45). Aquí se nos convoca a participar de la actitud de Aquel cuya omnipotencia y santidad se enmarcan en la libertad pura del amor, y por lo tanto es capaz de estar por encima del bien y del mal, de los justos y de los injustos.
Y más adelante se dice: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). Ya no estamos en presencia de ética alguna -una ética que exigiese tal cosa sería un sacrilegio- sino de la fe, de la entrega de sí mismo a una exigencia que a la vez debe ser plenitud de gracia, porque algo así está fuera del alcance de las fuerzas humanas.
Pero en la medida que se cumpla esto que va más allá de toda ética, despuntará un nuevo ethos. Y el Antiguo Testamento se cumplirá en plenitud y a la vez será superado.
Guardini, Romano, El Señor. Meditaciones sobre la persona y la vida de Jesucristo, Lumen, Buenos Aires, 2000, p. 107.