Todo estará “abierto”, infinitamente abierto

Ser “prójimo” significa abolir la exclusividad “yo-no, tú; mío-no, tuyo”; pero sin caer en la alternativa nefasta de que las personas se diluyan una en la otra y se lesione así la dignidad de cada una de ellas. Ser prójimo” no significa aumento de lo que sería posible para la fuerza y la convicción humanas, sino algo nuevo por gracia de Dios, algo que rebasa la lógica de la mera distinción y vinculación. Se trata de una nueva posibilidad del ser: el amor del Espíritu Santo entre los hombres. El amor cristiano no significa unir un yo y un tú que están separados, recurriendo a una fusión a nivel de la naturaleza, o a una actitud de abnegación. El amor cristiano alude en realidad a aquella apertura al otro y a la vez fidelidad a la propia identidad, alude a aquella intimidad y dignidad que provienen del Espíritu Santo.
Todo esto está referido a algo más abarcador: la creación nueva, el hombre nuevo, el cielo y la tierra nuevos. Será el mundo resucitado. En él ese estado que hemos tratado de vislumbrar será el que reine, el que determine todo. Sí; todo estará “abierto”, infinitamente abierto. Pero en esa apertura cada cosa estará a la vez preservada, será pura y digna. Todo pertenecerá a todos. Cada persona estará en la otra. Pero todo estará en una forma pura, en libertad y respeto. Todo será uno. Jesús lo dijo cuando se entregó a los suyos en el misterio de la Eucaristía: Que todo sea uno como lo es el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre. Así como Ellos son uno en el Espíritu, así también los hombres, en virtud del mismo Espíritu, deben ser, todos juntos, uno en Cristo (cf. Jn 17, 22 y ss).
Entonces el misterio de la santísima vida trinitaria embeberá y gobernará todo. Será todo en todo. La creación habrá de ser acogida en este misterio y recién entonces descubrirá su sentido más propio y será ella misma. Esto lo obrará el Espíritu. Él hará que todo sea “novia, esposa del Cordero” (Ap 21, 9).

Guardini, Romano, El Señor. Meditaciones sobre la persona y la vida de Jesucristo, Lumen, Buenos Aires, 2000, p. 560.

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