Dios siempre es una novedad para el hombre

Dios siempre es una novedad para el hombre, y en análoga pero más intensa medida, el hombre es siempre una novedad para sí mismo. Ratzinger cita precisamente aquel texto magnífico de Tertuliano: “Dominus noster veritatem se, non consuetudinem cognominavit”  (Ch II, 1029). Dios nos ha hablado de una vez para siempre en Cristo, y esta palabra de Cristo es un hontanar inagotable de vida. Para que vayamos bebiendo en ella y saciemos nuestra sed a lo largo de los siglos en sus corrientes vivas, nos ha dejado el Espíritu Santo, el cual, recordándonos y actualizándonos aquella palabra única de Cristo, nos va llevando a la verdad completa, verdad que por tanto de alguna forma va naciendo en la historia en la medida en que los cristianos, mientras leemos los signos de los tiempos, descubrimos la plenitud del misterio de Cristo. He ahí por qué el creyente mira con esperanza y gozo al tiempo nuevo, porque él es instrumento de una inteligencia más plena de su Señor. Esperanza y gozo que van unidos con una mirada lúcida y cristiana para distinguir cuándo es el Espíritu de Jesús el que habla a través de los tiempos y hombres nuevos, o cuándo es el espíritu de los hombres el que quiere hacer pasar sus tenebrosidades y egoísmos por palabra y verdad supremas.

Nota preliminar de Introducción al cristianismo, Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), Ed. Sígueme, Salamanca, 2005, p. 13.

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