El cielo, cumbre del amor realizado, es un regalo que se hace al hombre
Esta profundidad, este abismo consiste, pues, en que el hombre no quiere recibir ni tomar nada, en que sólo quiere permanecer en sí mismo, bastarse a sí mismo. Si esta actitud se lleva al extremo, el hombre se vuelve intocable y solitario. El infierno consiste en que el hombre quiere ser únicamente él mismo, y esto se lleva a cabo cuando se encierra en su yo. Por el contrario, ser de arriba, eso que llamamos cielo, consiste en que sólo puede recibirse, igual que el infierno consiste en querer bastarse a sí mismo. El «cielo» es esencialmente lo que uno no ha hecho ni puede hacer por sí mismo. Utilizando términos de escuela, alguien ha dicho que, como gracia, is donum indebitum et superassitum naturae (un don indebido y añadido a la naturaleza). El cielo, como cumbre del amor realizado, siempre es un regalo que se hace al hombre, pero el infierno es la soledad de quien rechaza el don, de quien rehúsa ser un mendigo y se encierra en sí mismo.
... Repitamos una vez más que el cielo no es un lugar que antes de la ascensión de Cristo estaba cerrado por un decreto positivo y punitivo de Dios y que luego se abrió por otro decreto igualmente positivo. La realidad cielo surge más bien por la unión de Dios y del hombre. Habríamos de definir el cielo como el contacto entre el ser del hombre y el ser de Dios. Esta unión de Dios y hombre en Cristo que venció al bios por la muerte, se ha convertido en vida nueva y definitiva. El cielo es, pues, el futuro del hombre y de la humanidad que ésta no puede darse a sí misma, que le está cerrado mientras sólo espere en sí misma, y que se abrió por primera vez y básicamente en el hombre cuyo lugar existencial era Dios y mediante el cual Dios entró en el ser hombre.
Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI), Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 2005, p. 260.