En el cristianismo, la adoración es ante todo acción de gracias por haber sido objeto de la acción salvadora de Dios

Para el Nuevo Testamento, la cruz es, pues, un movimiento que va fundamentalmente de arriba abajo. No es la obra de reconciliación que la humanidad ofrece al Dios airado, sino la prueba del amor incomprensible de Dios que se anonada para salvar al hombre. Es su acercamiento a nosotros, no al revés. Con el cambio de la idea de expiación, núcleo de lo religioso, tanto el culto cristiano como toda la existencia toman una nueva dirección. En el cristianismo, la adoración es ante todo acción de gracias por haber sido objeto de la acción salvadora de Dios. Por eso la expresión esencial del culto cristiano se llama con razón eucaristía, acción de gracias. En este culto no se ofrecen a Dios obras del hombre, consiste más bien en que el hombre acepta el don. No glorificamos a Dios cuando creemos que le ofrecemos algo (¡como si eso no fuera suyo!), sino cuando aceptamos lo que Él nos da y lo reconocemos como único Señor. Lo adoramos cuando abandonamos la ficción de que somos autónomos y contrincantes suyos, siendo así que sólo podemos ser en Él y desde Él. El sacrificio cristiano no consiste en que le damos a Dios algo que no podría tener sin nosotros, sino en que recibimos lo que nos da, en que le dejamos que nos dé algo. El sacrificio cristiano consiste en dejar que Dios haga algo en nosotros.

Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI), Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 2005, p. 236.

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