La palabra “prójimo” pierde todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado por determinados intereses
102. ¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde
aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una
identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes
tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña
que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y
autorreferencial? En ese esquema queda excluida la posibilidad de
volverse prójimo, y sólo es posible ser prójimo de quien permita
asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde todo
significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado
por determinados intereses[80].
«Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué
debo hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la
Ley?, ¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo”. Entonces
Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley,
queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo:
“Un
hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones,
quienes, después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo
por muerto. Por casualidad, un sacerdote
bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual hizo un levita, que llegó al
mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a
donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus
heridas, curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a
un albergue y se quedó cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos
monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de
estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los
ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le
dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).
[80] En estas consideraciones me dejo inspirar por el pensamiento de Paul Ricoeur, «Le socius et le prochain», en Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 113-127.
CARTA ENCÍCLICA
FRATELLI TUTTI
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE LA FRATERNIDAD
Y LA AMISTAD SOCIAL