El amor que aspira al todo: a Dios
No, el amor es por definición pasional; pero pasional con aquel impulso que empuja al hombre todo (carne y espíritu, y espíritu tomado como lo más íntimo del hombre total) a hacer saltar la estrecha esfera de su egoísmo, para darse todo (siquiera sea sólo su pobreza) en la entrega completa a algo superior a él; a olvidarse de sí mismo, porque lo otro se le ha hecho lo único importante.
De este desinteresado amor del espíritu entre hombres queremos hablar aquí. Lo caracterizaríamos como un embeleso del alma, desnudo de todo utilitarismo, proyectado hacia la persona amada, como un movimiento del corazón hacia el ser amado. El hombre se pierde todo en él, en aquel dichoso olvidarse de sí que acontece en el hombre cuando todo su ser, dominado por el amor, rompe los fríos muros de su auto-afirmación, que le confinan en las estrechuras de su pobreza, y liberado de esa asfixia deriva su cauce hacia otro ser al que va ahora a pertenecer. Olvidado de sí, centra este amor en el amado, quiere su bien, y con su dicha es feliz.
Y, cosa extraña, quien así ama, quien de veras ama a otra persona, no sale por ello de la cárcel de su propia angostura para caer en otra cárcel igual. En este movimiento del amor a otro, no está solamente comprendido el valor circunstancial de la persona amada, sino que por misteriosa manera está allí implicado el mundo entero en su arcana y gozosa profundidad. O acaso con más exactitud, cuando el hombre sale de sí mismo de este modo para vaciarse en el amor a otro, hay ya en tal amor una imagen y semejanza de aquel amor que aspira al todo: a Dios. Él que dos personas que se aman experimenten en este amor el más radical dolor o el supremo gozo, dependerá en realidad de que comprendan que en su amor hay latente otro amor enteramente distinto, que pugna por salir a luz; dependerá de que los dos tiendan a una a Dios o, más aún, que allí en Él se encuentren.
Rahner, Karl, De la necesidad y don de la oración, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2004, p. 45.