Las tenues llamadas de nuestro inquieto corazón hacia Dios
Si nos parece muchas veces que no tenemos poder alguno sobre nuestro frío corazón, podemos siempre, al menos, una cosa: poner oído atento a los callados, tímidos, casi inconscientes movimientos de este amor de Dios, a las tenues llamadas de nuestro inquieto corazón hacia Dios. Los mil afanes de nuestra vida nos dejan con frecuencia cansados y desabridos; las mismas alegrías se tornan insípidas; presentimos a veces que aun nuestros mejores amigos quedan lejos de nosotros, y las mismas palabras de cariño de los hombres de nuestra mayor intimidad penetran en nuestros oídos como de lejos, lánguidas y frías. Todo lo que el mundo valora lo sentimos como vana granjería sin valor de fondo. Lo nuevo se hace viejo, los días quedan atrás, el seco saber se torna vacío y frío, la vida se marcha, la riqueza se evapora, el favor del vulgo sabe a capricho, los sentidos se embotan, el mundo es cambio, los amigos mueren. Y todo esto no es más que la suerte común de la vida ordinaria, aunque los hombres apenas lo ponen en la cuenta del penar y del dolor. Sobre ello hay que poner todo el dolor y toda la amargura que puede henchir la vida del hombre, todas las lágrimas, todas las miserias del cuerpo y alma.
Rahner, Karl, De la necesidad y don de la oración, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2004, p. 51.