¡Aprende a orar!
¡Aprende a orar¡ Es gracia de Dios. Pero es también obra de una buena voluntad, un arte que se ha de ejercitar. Se puede aprender a recoger el espíritu antes de entrar en la oración, a apaciguar nuestro interior y pensar en lo que se va a hacer, elevar el alma hasta Dios. Se puede aprender a hablar con Dios sin necesidad de fórmulas de oración, a hablar con Dios de la propia necesidad, de la propia vida, de la misma repugnancia que se siente en tener que tratar con Él; a hablar con Él de los propios deberes, de las personas queridas, del propio estado de ánimo, del mundo y su miseria, de los que nos han precedido en la muerte; a hablar con Él de Él mismo, que es tan grande y tan distante, tan incomprensible y tan luminoso al mismo tiempo, que es Él la verdad y nosotros la mentira, Él el amor y nosotros el egoísmo, Él la vida y nosotros la muerte, Él la plenitud y nosotros la pobreza y el deseo.
Se puede aprender a dar una compostura conveniente al cuerpo, a evitar toda tensión muscular, a procurar hacerse silencio por dentro, a acallar el intemperante vocerío de las imágenes del cada día, de manera que se llegue como a percibir en sosiego la propia alma, pobre y empequeñecida, pero que sabe unas pocas palabras esenciales y un cantar que sólo canta a Dios.
Se puede aprender a convertir en oración la lectura de la Sagrada Escritura. Se puede aprender a reflexionar al fin del día, en la oración de la noche, sobre las experiencias del día para darles su justo sentido y su justa orientación hacia Dios; a hacer entrar el día entero en los secretos senos del alma, donde lo pasado se sedimenta en su más justa forma; es decir, sin amargura ni odio, en recta y buena intención y paz, en dolor sosegado de contrición, sin angustias nerviosas, en seriedad y en santificadora dedicación a Dios.
Se puede aprender a santificar con la oración aquellos momentos muertos del día, cuando nos vemos reducidos a la inactividad, en las estúpidas esperas de las antesalas y en las colas. Se
puede aprender a refrescar la memoria de Dios a lo largo de todas las minúsculas contrariedades y alegrías que cada día nos trae.
Tales y parecidos recursos de quien quiere orar en el cada día pueden aprenderse y ejercitarse.
Apréndelo tú también. ¡Ora cada día!
Rahner, Karl, De la necesidad y don de la oración, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2004, p. 64.