El amor de Jesús de Hijo por el Padre y por los hermanos
Jesús dice que Él es el pan, símbolo de la vida, el Hijo que ama al Padre y a los hermanos. Porque la vida del hombre es básicamente el tejido de aquellas relaciones de amor que la hacen humana y vivible. “El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14b). Jesús se aplica a sí mismo las características del pan, que es al mismo tiempo don del cielo y producto del trabajo: humilde y útil, apetecible y disponible, simple y gustoso, fatigoso y alegre, fuerza para quien lo asimila y comunión entre quienes lo comen.
Las gentes buscan a Jesús por haber comido el pan que les proveyó. Quieren asegurarse la vida material, pues no han comprendido aún que la vida del hombre consiste en entrar en relación con Él y vivir como Él, el Hijo que se hace pan para los hermanos. No lo desean tanto a Él, como lo que proviene de Él, y quieren apoderarse de la fuente del pan. Son como los pollitos que van tras la patrona por el alimento que ella les proporciona. Están todavía interesados en el alimento que perece. Desconocen el pan que no perece, el que los pone en comunión con Dios y con los hombres.
El primer día de su entrada en la tierra prometida, Israel dijo: “¡Qué bueno es Dios!” y danzó y enmudeció de asombro. El segundo día dijo: “¡Qué bueno es Dios, que nos ha dado la tierra!” y entonó un canto de alabanza y miró con alegría el cielo y la tierra. El tercer día dijo: “¡Qué buena es la tierra que Dios nos ha dado!” y miró complacido el cielo y la tierra. El cuarto día dijo: “¡Qué buena es la tierra!” y la miró con avidez. El quinto día, se quedó mudo, se olvidó del Padre y miró con envidia a su vecino. El sexto día, cada uno comenzó a pelear con el hermano, para extender los límites de su propiedad. Así tuvo principio y siguió sin tregua y sin pausa, todo cuanto consignan los libros de historia y los diarios: hurtos y homicidios, enredos y mentiras, violencias e injusticias, opresiones y males de toda clase. El paraíso se convierte en desierto y todos terminan en el destierro, sin tierra, sin Padre y sin hermanos.
El pan que Jesús quiere darnos es el pan del séptimo día, que nos lleva del desierto al paraíso, del destierro a la patria. Este pan es su propia vida: su amor de Hijo por el Padre y por los hermanos. Sólo este pan nos mantiene libres y nos hace habitar con tranquilidad la tierra (cf. Lv 25, 18s).
Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 165.