El hombre, imagen y semejanza con Dios

Las ovejas se guardan de noche en el redil. Con Jesús, luz del mundo (Jn 8, 12) ha llegado el día (cf. Jn 11, 9s). Cuando se tienen las ovejas en el redil durante el día se las ordeña y esquila, se las vende o sacrifica: de todos modos, en el redil languidecen y mueren de hambre y sed. Pasando de la imagen a la realidad práctica, Jesús acusa a los jefes de mantener al pueblo encerrado, desposeído de sus bienes y asesinado en su libertad. Proceden como salteadores y ladrones, no como representantes del único pastor. Han convertido el propio templo en vulgar plaza de mercado (cf. Jn 2, 16). Jesús, el pastor verdadero ha venido a salvar a los hermanos de esa esclavitud, dando comienzo a un nuevo éxodo: “saca” las ovejas del recinto del templo y, caminando delante de ellas, como Yahvé en el primer éxodo, las conduce a los pastos de la vida. La acción de los jefes que han “expulsado” al ciego curado (Jn 9, 34) se convierte, por ironía divina, en la espera del Señor, que “saca” “sus” ovejas fuera de sus manos. Esa expulsión es un acto de nacimiento, como Israel al salir de Egipto.
La esclavitud mas horrible, la peor, es la esclavitud ideológica y religiosa (que a lo mejor, es la misma, con el solo cambio de ropaje). Toda religión o ideología que no se inspire en un profundo respeto por el hombre, incluso en su libertad de equivocarse, irrespeta y contradice también a Dios, muy particularmente cuando alega y se escuda en el pretexto de obrar en su nombre. En todo diálogo religioso, la verdadera pregunta teológica que hay que plantear es “antropológica”: ¿mortifica o vivifica al hombre? El respeto que se tiene por el hombre concuerda o disuena con la verdad de la imagen que se tiene de Dios. Porque aceptar a Dios, al Otro, significa en concreto, aceptar la alteridad de cualquier otro. ¡Cuántos atropellos y abominaciones se han cometido y se cometen contra la humanidad, principalmente contra la mujer, que en una cultura machista, es el primer “otro”, desplazado y negado! Varón y mujer constituyen la alteridad original. Negarla equivale a despojar al hombre de su imagen y semejanza con Dios (Gn 1, 27).

Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, P. 282.

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