El sentimiento más profundo del ser humano
Cuando Dios ilumina con la Noche, con la ausencia, y permite viajar por el desierto, es posible descubrir los deseos profundos del corazón, porque todo lo demás ha naufragado. Allí los místicos, después de cruzar las aguas turbulentas de su inconsciente, encuentran un deseo muy grande y ardiente que los consume: la sed de amar y de sufrir por el Amado.
Este proceso se denomina «purgación» y provoca angustia y miedo a lo desconocido. Es la aniquilación del ego. La intervención de Dios limpia de maleza el jardín interior, para alcanzar el debir, donde se esconde el sentimiento más profundo del ser humano: el amor de Dios.
Pedro amaba tanto a Jesús que le había seguido hasta la casa del Sumo Sacerdote, un lugar muy peligroso para él. Allí su ego todavía intentaba salvarse y aparentaba no estar apegado a su amigo: «No, yo no le conozco; no, no, yo no le amo». Pero eso era falso, porque él sí que amaba a Jesús; por eso, al verle, se echó a llorar. Había tenido la oportunidad de huir a algún lugar seguro. Podía haber evitado la mirada de Jesús. Sin embargo, ahí estaba, y se echó a llorar. Esa noche, Pedro cruzó su desierto interior. En casa de Caifás se corrió el velo que ocultaba el debir de su corazón. Allí se manifestaron sus sentimientos más profundos.
Otón, Josep, Debir, el santuario interior, Sal Terrae, Santander, 2002, p. 76.