La compasión hace al hombre semejante a Dios

La compasión (en griego se dice sympátheia, simpatía), emparentada con la misericordia y la piedad, no denota una simple turbación del ánimo, impropia de un hombre sabio que, como quiera es también impotente. Es ese sentir típico del hombre que lo hace semejante a Dios, tan poderoso que puede superar incluso el umbral último de la soledad, la muerte. Al poner el verbo en imperativo: “Sean santos, porque yo soy santo” (Lv 11, 44), Jesús muestra el rasgo más distintivo de su santidad: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre de ustedes” (Lc 6, 36). La compasión constituye el principio universal de todo obrar humano: la acción que no nace de la compasión, no es más que prevaricación contra el otro.
La compasión no es el sentimiento del débil, sino de quien posee la fuerza de Dios, que es amor. “La compasión mata”; pero también da vida; a quien compadece, da la vida de Dios, y a quien es compadecido, una compañía más fuerte que la muerte. Por eso Job, oprimido por el dolor, único problema del hombre, pide a sus amigos que se dejen de toda explicación y simplemente se muestren compasivos (cf. Job 19, 21).

Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 320.

Entradas más populares de este blog

B-El sendero (Biblia) de la vida recta

12. La flagelación de Cristo

Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora