La ley de la justicia y de la fraternidad

¿Cuántos cristianos cuestionan el hecho de que la globalización está bajo la ley del interés económico y no de la justicia y de la fraternidad? ¿Cuántos piensan que es algo devastador reducir al hombre a ser una máquina de producción de un rendimiento altísimo? Hoy, bajo el influjo de los medios de comunicación, es tan fuerte el dominio del “mundo” sobre la inteligencia y sobre la voluntad e incluso sobre el inconsciente colectivo, que “este” modo de vivir se impone como el único posible, e incluso el mejor de los modelos posibles. ¡Uno siente inclusive el deber de exportarlo hasta con las armas! El abismo de la estupidez es realmente sin fondo, como el de la sabiduría. No viene la sospecha de que éste sea tan sólo el modo mejor, que se ha encontrado hasta ahora, de destruirlo todo y a todos. Nos hace caminar, como dice san Pablo al hablar de los paganos, en la vacuidad de la mente, con el entendimiento obnubilado y el corazón endurecido, anestesiado y disuelto interiormente en nuestra identidad, con el anhelo ávido de devorar lo que todavía no hemos consumido (cf. Ef 4, 17-19). También los creyentes aceptan sin problemas el modelo cultural dominante. Estamos asistiendo a las injusticias más graves: los ricos se ahogan en la gordura y el número de los pobres va creciendo. Pero, lo que es un hecho aún más grave, los mismos pobres quieren llegar a ser como los ricos que los oprimen (cf. St 2, 5-7). Es una verdadera pérdida de humanidad, que amenaza a los oprimidos y a los opresores, ya que todos ellos participan en el mismo juego fatal.
Lo que Jesús dice a los discípulos no es tan sólo una voz de aliento para una minoría desorientada, como podía parecer la comunidad de los comienzos. Es una amonestación para nosotros, para que abramos los ojos sobre el tesoro que tenemos y que es para todos: la salvación de la humanidad del hombre.

Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 428.

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