La transformación del ser depende de la respuesta del individuo a la experiencia espiritual

Cualquier manifestación espiritual, si no es trabajada interiormente, resulta estéril. Es la enseñanza de la parábola de los talentos (Mt 25, 14): lo de menos es haber recibido mucho o poco; lo importante es el rendimiento obtenido. También la parábola del sembrador expone una idea parecida:
«Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta» (Mt 13, 19-23).
Aunque las manifestaciones espirituales sean extraordinarias, si las puertas del interior están cerradas, no se produce ninguna transformación significativa. Dios nos ha creado sin nuestra colaboración, pero no nos va a salvar ni a santificar sin nuestra intervención (San Agustín). Un milagro puede curar físicamente a alguien, pero no puede forzar su libertad. La transformación del ser no depende tanto de la intensidad de la experiencia cuanto de la respuesta del individuo ante ella.

Otón, Josep, Debir, el santuario interior, Sal Terrae, Santander, 2002, p. 119.

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