Pedro y Judas personifican las dos almas que conviven siempre en todo creyente
(Jn 6, 70): “¿No los he elegido yo a ustedes, los doce?” Y, sin embargo, uno de entre ustedes es un diablo. A pesar de haber sido Jesús quien había elegido a los doce y ellos lo habían reconocido, hay incluso entre ellos un diablo. Pues es Él quien nos elige a todos, tales como somos, por ser sus hermanos (cf. 13, 18). A nosotros corresponde elegirlo a Él. Después del primer anuncio de la pasión, Pedro se convierte en “escándalo” para Jesús (cf. Mt 16, 23) y es llamado “Satanás”, por no aceptar la cruz (cf. Mc 8, 33; Mt 16, 23). Juan, lo mismo que Lucas, no refiere esta escena, pero ciertamente la recuerda y alude a ella. Habla de elección en un contexto de defección y traición, para mostrar que ella es irrevocable: el Señor permanece eternamente fiel, más allá de todas nuestras infidelidades.
Entre los doce siempre está el diablo: se manifiesta en Judas (cf. 13, 27), pero acecha a todos (cf. Lc 22, 31). Pedro y Judas personifican las dos almas que conviven siempre en todo creyente: la adhesión a Jesús y el rechazo de su carne entregada por nosotros. Si no se acepta su carne, no se tiene su Espíritu (1Jn 4, 2) y se hace de su persona un simple asidero de la propias falsas expectativas.
Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 186.