Por una cultura de fraternidad, solidaridad y amor

La propuesta de Jesús constituye un modelo alternativo para salir de este juego de muerte, que brinda al hombre la realización de su humanidad y lo llama a ser como Dios. No propone la servil imitación de los deseos del otro -con los conflictos que tal actitud genera- sino el acatamiento de los deseos del Padre, que a nadie mira como rival, y que es, por el contrario, principio de vida y de libertad para todos. Al actuar como Él, nos hacemos hijos, adultos e iguales a Él, como desde siempre hemos deseado. El engaño original ha residido en pensar en Dios como nuestro antagonista y haberlo tomado como modelo, haciéndonos imposible la vida. ¿Cómo puede vivir alguien enfrentado a su padre? Estará en contra de Él, de sí mismo y de los demás, con lo que resulta pareciéndose al padre que aborrece, reproduciendo su imagen.
Jesús se presenta como el Hijo que conoce el amor del Padre y tiene sus mismos deseos: comunicar vida y libertad a sus hermanos. Por eso se propone como el “buen” pastor, verdadero, en contraposición con el pastor brutal y falso, del que somos súcubos. Al seguirlo, nos convertimos en lo que somos: hijos del Padre y hermanos entre nosotros. Sólo así salimos de las tinieblas y llegamos a la luz de la verdad, que nos hace libres. A una cultura de competencia, rivalidad y violencia, se contrapone una cultura de fraternidad, solidaridad y amor. Y, por fin, una vida bella, digna de ser vivida, “desde Dios”: felicidad y gracia nos acompañarán todos los días de nuestra vida y habitaremos en la casa de nuestros deseos (cf. Sal 23).

Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 280.

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