Todos tenemos sed de este amor infinito
Y los has amado a ellos como me has amado a mí (cf. Jn 17, 26). La unión entre los discípulos de a conocer al mundo el amor que el Padre le tiene al Hijo: es el mismo que tiene el Hijo a los hermanos (Jn 15, 9) y los hermanos entre sí (Jn 13, 34; Jn 15,12).
La revelación de Jesús toca aquí su vértice: nosotros somos una sola cosa con el Padre, con el mismo amor único y total con el que ama a su Hijo unigénito. El creyente es realmente “entusiasta” (=respira en Dios), porque está en el Padre y en el Hijo, que lo aman con un amor eterno. En respuesta de amor, Dios está en Él, como Él está en Dios (cf. 1Jn 4, 16b).
Todos tenemos sed de este amor infinito: es necesario como el agua para vivir. Deseamos que haya ese amor, pero tememos que no existe. Jesús ha venido a dárnoslo como un don. Es lo que contemplaremos en la continuación del Evangelio.
Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 472.