Sólo la confianza y la fe del corazón hacen estas dos cosas: Dios e ídolo


[...] si Dios es, los dioses no son Dios. De ahí que se le deba adorar a Él y a nadie más. Pero ¿no están muertos los dioses hace tiempo? ¿no está eso claro y, por consiguiente, nada dice? Si uno observa atentamente la realidad, debe responder a esto preguntando a su vez: ¿de veras no se da en nuestro tiempo idolatría alguna?, ¿no hay nada que sea adorado al lado y en contra de Dios?, ¿no surgen otra vez los dioses, después de la muerte de Dios, con un poder tremendo? Lutero, en su catecismo mayor, formuló de manera impresionante esta relación de una cosa con la otra: «¿Qué significa que hay Dios, o qué es eso de Dios? Respuesta: se llama Dios al hallazgo de aquello en lo que uno debe cifrar el hallazgo de todo bien y a lo que recurre en todas las necesidades. Haber Dios es confiar y creer en Él con todo el corazón, como he dicho a menudo, que sólo la confianza y la fe del corazón hacen estas dos cosas: Dios e ídolo.» ¿En qué confiamos, pues, y creemos nosotros?, ¿no se han convertido en poderes el dinero, la fuerza, el prestigio, la opinión pública, el sexo?, ¿no se inclinan ante ellos los hombres y los sirven como a dioses?, ¿no cambiaría el mundo de aspecto si se arrojase del trono a esos ídolos?

El Dios de los cristianos, Benedicto XVI, Sígueme, Salamanca, 2005, p. 26.

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