El amor de Dios

 
El amor de Dios es precisamente lo que los primeros cristianos sintieron. Experimentaron el amor de Jesús y se convencieron de que Jesús era la encarnación de Dios, y ese amor, una vez recibido, no podía ser detenido. Fundiendo las barreras del temor, la culpa y el ego, corría a través de sus seres como un torrente, aumentando el amor que hasta entonces habían sentido por otros hasta que el cambio de cantidad se convirtió en un cambio de índole, y nació una nueva cualidad que el mundo llama amor cristiano. El amor convencional es provocado por las cualidades apreciables del ser amado, pero el amor que la gente encontró en Jesús abarcaba a pecadores y proscritos, a samaritanos y enemigos. Se prodigaba sin prudencia, no con el fin de recibir, a modo de reciprocidad, sino porque el prodigarse estaba en su propia naturaleza. La famosa descripción que Pablo hizo del amor cristiano, contenida en el capítulo 13 de I Corintios, no debería leerse como si comentara una actitud con la cual ya estamos familiarizados. Sus palabras destacan el atributo de una persona concreta, Jesucristo. Con frases de belleza clásica, se describe en ese capítulo el amor divino que Pablo creía que los cristianos transmitirían a otros después de haber sentido el amor de Dios por ellos. El lector debe abordar esas palabras como si definiesen una nueva capacidad que, sentida de pleno “en la carne” sólo por Jesús, Pablo describe por primera vez.

El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se envanece, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, confía siempre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca.
1 CORINTIOS 13:4-8

Tan asombroso encontraron los primeros cristianos este amor, y el hecho de que los hubiese invadido, que, necesitados de ayuda, recurrieron a describirlo. Pablo, al terminar uno de los sermones antes citados sobre la Buena Nueva, utilizó las palabras de uno de los profetas que, a su vez, hablaba en nombre de Dios: «Mirad, escépticos, asómbraos y anonadaos, porque en vuestros días estoy yo haciendo una obra tal, que no la creeríais
si os la contaran» (Hechos de los Apóstoles 13:41).



Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 334.

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