Los hijos de un Dios amoroso
Por último, del concepto judío de Dios como un dios amante se deriva
que los seres humanos son los hijos de Dios. En una de las más tiernas
metáforas de toda la Biblia, Oseas describe a Dios velando tiernamente
por su gente como si fuesen infantes:
Yo enseñé a andar a Efraim,
у los llevé en mis brazos [...].
Con correas de amor los atraía,
con cuerdas de cariño.
Fui para ellos como quien alza una criatura a sus mejillas (...).
¿Cómo podré dejarte, Efraím?
¿Cómo podré entregarte a ti, Israel? (...).
Me da un vuelco el corazón,
se me conmueven las entrañas.
OSEAS 11:3-4, 8
Aun
en este mundo, inmenso como es y entretejido con los enérgicos poderes
de la naturaleza, los seres humanos pueden andar con la misma confianza
de los niños en un hogar donde se les acepta por completo.
¿Cuáles
son los ingredientes de la imagen con mayor creatividad significativa de
la existencia humana que la mente puede concebir? Si quitamos la
fragilidad -como la hierba, como un suspiro, como el barro, como una
mariposa nocturna destrozada-, el resultado es romántico. Si quitamos la
grandeza –un poco menos que Dios-, la aspiración se reduce. Si quitamos
el pecado -la tendencia a no dar en la diana-, el sentimentalismo se ve
amenazado. Si quitamos la libertad –¡elige este día!-, la
responsabilidad se desmorona. Si, por último, quitamos la paternidad
divina, la vida se aleja,
suelta amarras y se interna a la deriva en
un mar frío, indiferente. Con todo lo que se ha descubierto acerca del
ser humano en los dos mil quinientos años que han transcurrido desde
entonces, es difícil encontrar un fallo en esta valoración.
Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 282.