Cruzar a la otra orilla
Hemos visto tres medios de transporte del budismo: la balsa pequeña, la balsa grande con especial atención en el Zen- y, aunque suene extraño dentro del contexto de una flotilla, la balsa de diamante. Estos vehículos son tan
diferentes que debemos preguntarnos si, en cualquier otro terreno que no sea el histórico, merecen ser considerados aspectos de una sola religión. La respuesta es que respecto a dos facetas deben considerarse como tales. En todos se adora a un único fundador a quien se atribuye la procedencia de las enseñanzas y todos pueden resumirse bajo una metáfora: la imagen del cruce, sencilla experiencia diaria de cruzar un río en una balsa o transbordador.Para apreciar la fuerza de esta imagen debemos recordar el papel que desempeñó el transbordador en la vida tradicional de Asia. En tierras atravesadas por ríos y canales, casi todos los viajes implicaban el uso de un transbordador. Este hecho rutinario es el fundamento y la inspiración de todas las escuelas budistas, como lo atestigua el uso del término yana. El budismo es un viaje a través del río de la vida, un viaje desde la margen del sentido común de la ignorancia, la sordidez y la muerte, hacia la de la sabiduría y la iluminación. Si comparamos las diferencias del budismo con este hecho veremos que no son más que variaciones de la clase de vehículo que uno coge o de las etapas que uno ha hecho en el viaje.
¿Cuáles son estas etapas?
Mientras nos encontramos en la primera margen, estamos de hecho en el mundo. La tierra que pisamos es firme y tranquilizadora. Las recompensas y las frustraciones de la vida social en él son vívidas y apremiantes. La margen opuesta es casi invisible y no afecta nuestras existencias.
No obstante, si algo nos mueve a ver cómo es la otra margen quizás decidamos intentar cruzar. Si tenemos un carácter independiente acaso decidamos hacerlo por cuenta propia. En este caso somos theravadistas; seguimos el consejo de Buda de buscar una balsa fuerte, pero la construimos nosotros mismos. Pero la mayoría de nosotros carece del tiempo y del talento para un proyecto de semejante envergadura. Somos mahayanistas y bajamos a la orilla donde nos espera un transbordador ya construido. A medida que el grupo de exploradores sube a bordo hay un ambiente de excitación. La atención se centra en la distante orilla, aún no discernible, pero los viajeros todavía son verdaderos ciudadanos de este lado del río.
El transbordador suelta amarras y comienza a atravesar el río. La orilla que abandonamos comienza a perder cuerpo. Las tiendas, las calles y las figuras hormigueantes se unen y van aflojando su dominio sobre nosotros.
Mientras tanto, tampoco se ve con claridad la orilla hacia la que nos dirigimos; parece estar tan lejos como lo estuvo siempre. Hay un período durante la travesía en el que lo único tangible es el agua, con sus corrientes peligrosas, y el barco, que las afronta con firmeza y precariedad a la vez. Éste es el momento de los tres votos del budismo: me refugio en Buda, el explorador que hizo la travesía y nos demostró que puede hacerse; me refugio en dharma, el vehículo de transporte, este barco al que hemos dedicado nuestras vidas con la convicción de que es seguro para hacer la travesía; me refugio en sangha, la orden, la tripulación de este barco en la que tenemos confianza. Hemos dejado atrás la costa del mundo y, hasta que pongamos pie en la otra orilla, éstas son las únicas cosas en las que podemos confiar.
La otra orilla se aproxima, se hace realidad. El barco se detiene en la arena y pisamos tierra firme. La tierra, que había sido tan brumosa e insustancial como un sueño, es ahora un hecho, y la orilla que dejamos atrás, que era tan palpable y real, sólo es ahora una línea horizontal, una mancha visual, un recuerdo insustancial.
Aunque impacientes por explorar los nuevos alrededores, recordamos con gratitud el espléndido barco y la tripulación que nos han traído sanos y salvos a lo que promete ser una tierra gratificante. Pero no será gratitud el insistir en llevarnos el barco con nosotros cuando nos internemos en el bosque. Buda preguntó: «¿Sería inteligente el hombre que, por gratitud hacia el barco que lo ha transportado a través del río a salvo, al llegar a la otra orilla se aferrase a él y, cargándolo sobre los hombros, caminase soportando su peso? ¿No sería inteligente el hombre que dejase el barco, que ya no le sirve, librado a la corriente del río y caminase hacia delante sin volver la vista atrás? ¿No es el barco una simple herramienta que puede tirarse y olvidarse una vez que ha prestado el servicio para el cual fue construido? Del mismo modo debe tirarse y olvidarse el vehículo de la doctrina una vez que se alcanza la orilla de la Iluminación».
Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 154.