El resquicio más claro por el cual penetran en la vida humana las inagotables energías del cosmos

 ¡Un agudo filo de navaja, duro de atravesar, un difícil sendero es éste!, declaran los poetas. La ciencia hace sus principales contribuciones a necesidades nimias, solía decir gustoso el juez Holmes, añadiendo que la religión, por pequeños que sean sus éxitos, al menos se ocupa de las cosas que más importan. En consecuencia, cuando un espíritu solitario logra hacer en este plano las mayores conquistas, se convierte en algo más que un rey o una reina. Se convierte en un redentor del mundo. Su efecto dura milenios, bendiciendo el laberíntico curso de la historia durante siglos. «¿Quiénes son [...] los más grandes benefactores de la actual generación de la humanidad? -preguntaba Toynbee-. Yo diría que Confucio y Lao Tzu, Buda, los profetas de Israel y Judá, Zoroastro, Jesús, Mahoma y Sócrates.»3 Su respuesta no es de extrañar, ya que la religión auténtica constituye el resquicio más claro por el cual penetran en la vida humana las inagotables energías del cosmos. Por tanto, ¿qué puede rivalizar con su poder para inspirar los núcleos más profundamente creativos de la vida? Partiendo desde las religiones del mundo ahí, a través del mito y el rito la religión aporta los símbolos que impulsan la historia hacia adelante hasta que, al final, su poder se desgasta y la vida aguarda una nueva redención. Este modelo recurrente conduce incluso a los impíos, como George Bernard Shaw, a inferir que la religión es la única verdadera fuerza motriz del mundo. (Alfred North Whitehead añadió la ciencia, lo cual eleva el número a dos.)* Es la religión como potencia moral la que tenemos por objetivo en los capítulos que siguen.


Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 23.

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