La riqueza, el éxito
1. La riqueza, la fama y el poder son exclusivos, por tanto, competitivos y, en consecuencia, precarios. A diferencia de los valores mentales y espirituales, no se multiplican cuando se los comparte; no pueden ser distribuidos sin que merme la porción propia. Si yo poseo un dólar, ese dólar no es de otro; mientras yo estoy sentado en una silla, nadie más puede ocuparla. Lo mismo sucede con la fama y el poder. La idea de una nación donde todos sean famosos es, en sí, una contradicción, y si el poder se repartiese de forma equitativa, nadie sería poderoso en el sentido en que solemos utilizar la palabra. Entre la competitividad de estos bienes y su precariedad hay sólo un paso. Dado que otras personas también aspiran al éxito, ¿quién sabe cuándo cambiará de manos?
2. El deseo de éxito es insaciable. Pero cabe hacer aquí una salvedad, porque en realidad la gente logra tener suficiente dinero, fama y poder. Es cuando convierte estos bienes en su máxima aspiración cuando sus anhelos no pueden ser satisfechos, porque la gente nunca tiene bastante de lo que no desea y porque no son éstas las cosas que desea de verdad. Para ponerlo en palabras hinduistas: «Intentar eliminar el deseo de riquezas con dinero es como tratar de apagar un incendio echándole mantequilla».Occidente también conoce este concepto. «La pobreza no radica en la reducción de las posesiones, sino en el aumento de la codicia», escribió Platón, y Gregorio Nacianceno, un teólogo, concuerda al decir: «Si pudieras procurarte todas las riquezas del mundo, quedarían aún más cuya carencia te dejaría en la pobreza». «El éxito es un objetivo sin punto de saturación», escribió recientemente un psicólogo, y unos sociólogos que estudiaron una ciudad de la región centro-oriental de los Estados Unidos encontraron que «tanto los comerciantes como los trabajadores, que se mueven como desesperados para producir el dinero que ganan, mantienen
el ritmo aún más acelerado de sus deseos subjetivos». Fue de la India de donde tomó Occidente la parábola del carretero que mantiene a su asno en movimiento gracias a la zanahoria que, colgada de una estaca fijada en el arnés, oscila ante su morro.
3. El tercer problema del éxito terrenal es idéntico al del hedonismo. También su significado se centra en el ser, que demuestra ser demasiado pequeño para suscitar un entusiasmo eterno. Ni la fortuna ni la posición pueden oscurecer el hecho de que uno carece de muchas otras cosas. Al final, todos quieren de la vida algo más que una casa en el campo, un coche deportivo y unas vacaciones de lujo.
4. La razón última por la cual el éxito no puede satisfacernos por entero es que sus logros son efímeros. La riqueza, la fama y el poder no sobreviven a la muerte corporal, «no puedes llevártelos contigo», como solemos decir. Como no podemos llevárnoslos, no nos satisfacen del todo y, dado que somos criaturas con capacidad para imaginar la eternidad, por contraste debemos lamentar de forma instintiva el breve tiempo que nos permite comprar el éxito terrenal.
Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 29.