Maya
Maya proviene de la misma raíz que mágico. Cuando el hinduismo declara que el mundo es maya, dice que hay algo engañoso en él. La treta reside en la forma en que la materialidad y la multiplicidad pasan por ser independientemente reales -reales en cuanto que ajenas a la postura desde las que las vemos-, mientras que, de hecho, la realidad es el brahman indiferenciado en toda su extensión, así como una cuerda tirada sobre el polvo sigue siendo una cuerda aunque se la confunda con una serpiente. Maya también es seductora por el atractivo con que presenta al mundo, atrapándonos en él y quitándonos el deseo de continuar el viaje.
Pero nuevamente debemos preguntarnos si el mundo, por ser sólo provisionalmente real, debe ser tomado en serio. ¿No decaerá la responsabilidad? El hinduismo cree que no. En un proyecto de sociedad ideal comparable a la República de Platón, el Tripura Rahasya presenta a un príncipe que logra esta visión del mundo y, en consecuencia, es liberado de «los nudos del corazón» y «la identificación de la carne con el Ser». Estas consecuencias están lejos de ser asociales. El príncipe, así liberado, desempeña sus deberes reales de manera eficiente pero desapasionada, «como un actor sobre un escenario». Siguiendo sus enseñanzas y su ejemplo, los súbditos alcanzan una libertad equiparable y dejan de ser motivados por las pasiones, aunque aún las tienen. Los asuntos mundanos continúan, pero los ciudadanos se desprenden de los viejos resentimientos y son menos acicateados por los temores y los deseos. «En su vida cotidiana, riendo, gozando, fastidiados o enfadados, ellos se comportaban como hombres intoxicados e indiferentes a sus propios asuntos», por lo cual los sabios que los visitaron la llamaron «la Ciudad de la Sabiduría Resplandeciente».Si nos preguntamos por qué vemos la Realidad, que de hecho es una y perfecta, como múltiple y desfigurada; por qué se ve a sí misma el alma, que de hecho es la unión con Dios en todo, como si estuviese separada; por qué la cuerda parece una serpiente; si nos hacemos estas preguntas nos encontraremos ante la pregunta que no tiene respuesta, así como tampoco la tiene, en el cristianismo, la de por qué creó Dios el mundo. Lo mejor que podemos decir es que el mundo es lila, el juego de Dios. Los niños que juegan al escondite asumen diferentes papeles que no tienen validez fuera del juego. Se ponen en peligro y en situaciones de las que deben escapar. ¿Por qué lo hacen cuando, en un abrir y cerrar de ojos, podrían librarse simplemente dejando de jugar? La respuesta es que el juego es, en sí, el objetivo y la recompensa. Es divertido en sí mismo, una oleada espontánea de creatividad, de energía imaginativa. Y así, de manera misteriosa, debe suceder con el mundo. Como un niño cuando juega solo, Dios es el bailarín cósmico cuya rutina son todas las criaturas y todos los mundos. Desde el infatigable raudal de energía de Dios, el cosmos fluye en un reflorecimiento infinito y lleno de gracia.
Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 84.