Tantras

 


Dentro de ese mundo, las enseñanzas de los Tantras sobre el sexo no son ni excitantes ni estrafalarias: son universales. El sexo es tan importante -después de todo da continuidad a la vida, que debe estar vinculado a Dios de forma directa. Es el divino Eros de Hesiodo, celebrado en el Fedro de Platón y, de alguna manera, por toda la gente. Pero dicho así queda demasiado débil. El sexo es lo divino en su manifestación más accesible, pero con una condición: cuando está dotado de amor. Cuando dos personas están enamoradas con pasión, incluso con locura -la divina locura de Platón-, cuando una quiere recibir lo que la otra más quiere dar, es imposible decir en el momento del clímax mutuo si la experiencia es más física que espiritual, o si se sienten como dos o como uno. El momento es extático
porque están fuera de sí –ex, fuera; stasis, estado permanente-, en la amalgamada unicidad del Absoluto.
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No es fácil pasar de estas generalizaciones, de modo que dejaremos el tema con una observación explicativa. La práctica sexual tántrica se persigue no como un deleite ilegal, sino bajo la minuciosa supervisión de un
guru, en el controlado contexto de una perspectiva no dualista y como el festival culminante de una larga secuencia de disciplinas espirituales practicadas a lo largo de muchas vidas. La emoción espiritual que se persigue es una dicha extática, sin ego, beatífica, en la percepción de una identidad
trascendente; pero no es independiente, porque el objetivo último de la práctica es descender de la experiencia no dual mejor equipado para experimentar la multiplicidad del mundo sin alejamiento.


Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 151.

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