¡Todo está vivo!

 Estamos a punto de iniciar un viaje al espacio y al tiempo, y a la eternidad. Los lugares serán, a menudo, distantes, los tiempos, remotos, los temas, más allá de todo espacio y tiempo. Tendremos que usar términos extranjeros, en sánscrito, en chino y en árabe. Intentaremos describir los estados de conciencia que las palabras sólo pueden esbozar. Utilizaremos la lógica para tratar de acallar las risas que pueda producir nuestro intento. Y, por último, fracasaremos. Dado que nuestra mentalidad es de naturaleza diferente, jamás entenderemos del todo las religiones que no sean las propias. Pero si tomamos en serio esas otras religiones, quizás no fracasemos del todo. Y para tomarlas en serio sólo debemos hacer dos cosas. En primer término, tenemos que considerar a sus seguidores como hombres y mujeres que afrontaron problemas muy similares a los nuestros. En segundo lugar, debemos apartar de nuestras mentes todos los conceptos previos que pudieran disminuir nuestra sensibilidad o disposición para percibir nuevos puntos de vista. Si ponemos a un lado los conceptos preconcebidos sobre estas religiones, considerando cada una de ellas como producto de gente que luchaba por encontrar algo que diera socorro y sentido a sus vidas, y si entonces tratamos sin prejuicios de ver con nuestros propios ojos lo que ellos vieron, si hacemos ambas cosas, el tupido velo que nos separa puede convertirse en una gasa.

Un destacado anatomista solía poner fin a su clase con incipientes estudiantes de medicina con palabras pertinentes para nuestra propia aventura: «En este curso trataremos de carne, huesos, células y nervios, y habrá momentos en que todo parecerá terriblemente frío. Pero jamás lo olviden: ¡Todo está vivo!».


Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 25.

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