Todos vivimos a la orilla del infinito
Todos vivimos a la orilla del océano infinito del poder creativo de la vida. Lo llevamos dentro de nosotros: la fuerza suprema, la plenitud de la sabiduría, la dicha inextinguible. Nunca se frustra y no puede destruirse. Pero está profundamente escondido, que es lo que hace que la vida sea problemática. El infinito se halla sumergido en la más oscura y recóndita sima de nuestro ser, en el fondo del aljibe olvidado, en la profunda cisterna. ¿Qué pasaría si pudiéramos sacarlo a la luz y sustentarnos de él sin cesar?
Esta pregunta se convirtió en la obsesión de la India. Sus gentes buscaron la verdad religiosa no simplemente para aumentar su acervo de información general, sino como una tabla que las guiara a estadios superiores del ser. Las personas religiosas eran las que buscaban transformar sus naturalezas, volver a moldearlas con un patrón sobrehumano a través del cual el infinito pudiese brillar con menos obstáculos. Uno siente la urgencia de la búsqueda en una metáfora que los textos hinduistas presentan de muchas maneras. Con la misma rapidez con que correría un hombre con un manojo de maderas ardiendo sobre su cabeza hacia una charca para apagar las llamas, corre el buscador de la verdad, ardiente por los fuegos de la vida -el nacimiento, la muerte, la ilusoria futilidad-, en busca del maestro conocedor del camino hacia las cosas que más interesan.Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 40.