Una de las escenas de la muerte de Buda

Tras un arduo ministerio de cuarenta y cinco años, a los ochenta años de edad, alrededor del 483 a. C., Buda murió de disentería tras comer una cecina de jabalí en casa de Cunda, el herrero. Aun en su lecho de muerte, su mente se dirigió hacia los otros. En medio del dolor se le ocurrió que acaso Cunda se sentiría responsable de su muerte, por lo cual su última voluntad fue informar a Cunda que, de todas las comidas que había tomado a lo largo de su vida, dos se destacaban por haberlo bendecido de manera excepcional. Una había sido la que le había infundido la fuerza para alcanzar el esclarecimiento bajo el árbol Bo y la otra, la que le abría las puertas del nirvana. Ésta es sólo una de las escenas de la muerte de Buda que ha conservado El libro del gran deceso. Todas juntas ofrecen la imagen de un hombre que se sumió en el estado en el que «las ideas y las cosas dejan de existir» sin ofrecer la más mínima resistencia. Dos frases de esta despedida han tenido eco durante los siglos: «Todas las cosas compuestas se descomponen. Labra tu propia salvación con diligencia».



Smith, Huston, LAS RELIGIONES DEL MUNDO, Editorial Kairós, Barcelona, 2011, p. 98.

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