Discernimiento en soledad
La comunión con Dios en la oración lleva inevitablemente a la comunidad con el pueblo de Dios y, más allá, al ministerio en el mundo5. Pero comenzar este movimiento espiritual en soledad es bueno. Nuestro primer cometido en soledad consiste simplemente en permitirnos a nosotros mismos tomar conciencia de la presencia divina: «¡Rendíos y reconoced que soy Dios!» (Sal 46,10). Cuando estamos a solas con Dios, el Espíritu ora en nosotros. El reto consiste en desarrollar una sencilla disciplina o práctica espiritual que cada día ocupe momentos y espacios vacíos.
Cuando fui a la abadía, había empezado a ver el domingo como un día especial, mientras que todos los demás días se desdibujaban en medio del trabajo y el estudio. Mediante el ritmo sagrado de las oraciones comunitarias, empecé a verme abocado a una nueva manera de percibir el tiempo y a una nueva manera de experimentar la presencia divina. De nuevo era capaz de abrazar la soledad, con todos los pensamientos desorientadores y descorazonadores que comporta, como una vía regia hacia la presencia de Dios. Al principio pasaba la mayoría de mis momentos en soledad en la biblioteca, pero, con el tiempo, aprendí a estar solo ante Dios en el sosiego de mi propia habitación.
Os invito a que os comprometáis de forma similar a pasar cada día un tiempo a solas con Dios para orar y meditar. La meditación bíblica es un método tradicional de oración en solitario. Seleccionando un versículo concreto de la lectura diaria del evangelio, o un salmo favorito, o bien una frase de una carta de Pablo, podéis construir un muro seguro alrededor de vuestros corazones que os permitirá prestar atención. Leer y recitar un texto sagrado no supone llenar vuestro espacio vacío o limitar vuestros pensamientos espirituales, sino establecer unos límites en torno a él. A veces ayuda tomar una palabra o frase del texto y repetirla durante los momentos de oración individual. A algunas personas les va bien sentarse en silencio para concentrarse en la oración. Otras necesitan moverse y caminar lentamente para abrir la mente y el cuerpo a la presencia divina. Sobre todo al principio, cuanto te distraes fácilmente, ayuda recordar y repetir la palabra o frase que llamó tu atención. Así, la concentración y conciencia la pueden descender de forma gradual desde la mente hasta el corazón y permanecer ahí durante un extenso periodo, junto al corazón de Dios6.
Es bueno reservar una parte del tiempo de oración para la intercesión: recordar ante Dios a personas concretas cuyo sufrimiento y dolor conocemos bien, sobre todo aquellas con quienes convivimos o trabajamos. Las personas por las que oramos regularmente ocupan un lugar muy especial en nuestro corazón y en el corazón de Dios, y se las ayuda. A veces ocurre de inmediato, y a veces se necesita más tiempo. Además, una comunidad interior comienza a brotar en nosotros, una comunidad de amor que nos fortalece en el día a día. Para concluir nuestro momento de oración, podemos recitar despacio un Padrenuestro. O bien recurrir a otras oraciones de la iglesia y de la tradición cristiana. Tales oraciones «formales» nos conectan con el pueblo de Dios y con el conjunto de la iglesia orante. En Genesee y durante los años siguientes descubrí que a menudo también sentía la necesidad de rezar a partir de los periódicos. Todas las tragedias y triunfos del mundo eran parte del mundo por el que rezaba.
El Espíritu trabaja en lo más hondo de nosotros, tan adentro que no siempre somos capaces de identificar su presencia. El efecto del espíritu de Dios es más profundo que nuestros pensamientos y emociones. Por eso resulta tan importante reservar un momento y un espacio especial a la oración. Muchas veces no tenemos ganas de rezar, y nuestra mente está distraída. La falta de motivación y la dificultad para concentrarnos nos lleva a pensar que el momento de oración es tiempo que se emplea en balde o tiempo perdido. Sin embargo, es muy importante mantenerse fiel a esos momentos y aferrarse al compromiso de estar con Dios, aun cuando nada en nuestra mente, en nuestro corazón o en nuestro cuerpo quiera estar ahí. La simple confianza en la oración dota al Espíritu de Dios de una oportunidad real de llevar a cabo su misión en nosotros, de ayudarnos a renovarnos en las manos de Dios y adaptarnos a la voluntad de Dios. Durante esos momentos y espacios sagrados, podemos vernos afectados en lugares profundos, ocultos y tiernos de nosotros mismos. Podemos tomar plena conciencia de la presencia divina y abrirnos más a la orientación de Dios a la vez que somos guiados a nuevos lugares de amor.
El tiempo de reloj puede convertirse en tiempo sagrado. Podemos escoger quince minutos, media hora o incluso unas cuantas horas, y reservárselas a Dios. Para una vida física, emocional y espiritual sana, tenemos que estructurar nuestro tiempo. Necesitamos saber de antemano cuándo rezaremos, cuándo haremos lectura espiritual, cuándo participaremos en cultos comunes, etcétera. Un ritmo de vida en que se programen momentos y espacios sagrados nos aporta un gran apoyo espiritual y nos hace esperarlos como «momentos de renovación» para el discernimiento.
Pasaje de: Henri J.M. Nouwen. “El discernimiento.” Grupo de Comunicación Loyola. iBooks.
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