Nuestra eterna búsqueda de infinito
Ya hice alusión a nuestra eterna búsqueda de infinito. Lo limitado no nos satisface plenamente. Existe en nosotros una angustia que nos impulsa siempre a buscar más: más poder, más placer, más dinero, más amor, más amigos, más sabiduría, más reconocimiento, y hasta me atrevería a decir que más Dios.
La humanidad permanece siempre en movimiento, evoluciona, investiga, espera... Y en lo profundo de cada persona se da esta búsqueda de lo ilimitado, de lo infinito.
Una búsqueda que revela el carácter sagrado de todo ser humano. Este carácter sagrado no está desconectado de nuestros cuerpos. Lo infinito se encarna en nuestros cuerpos, y éstos, a su vez, están ligados a la tierra y al universo. Todo está ligado, todo lo que es vida se conecta. Cada especie es importante y valiosa.
Nuestra sed de infinito podrá comenzar a saciarse cuando tomemos conciencia de la presencia de lo Infinito.
No podemos superar la cerrazón en la seguridad de nuestra familia, de nuestra cultura, de nuestro grupo para hallarnos como personas valiosas, si no descubrimos que, por encima de toda familia y de toda cultura, existe una verdad y una justicia universales que nos permiten ver a cada persona en su justo lugar.
Para nutrir la paz deberemos partir en busca de la apertura, del riesgo, del perdón y de la libertad de reconocer lo sagrado en el otro y en nosotros mismos.
No podremos ser hermanos y hermanas en el seno de una humanidad común si no descubrimos a un Dios que es Padre y Madre para cada uno de nosotros, el Dios que trasciende todo límite. El filósofo Sören Kierkegaard afirmaba lo mismo cuando decía que lo que nos hace iguales es el hecho de que somos todos igualmente amados por Dios. Pero demasiado a menudo ignoramos esta simple realidad sagrada.
Vanier, Jean, Busca la Paz, Sal Terrae, Santander, 2006, p. 54.