Sobre el Evangelio de Juan

INTRODUCCIÓN

EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

Mientras que los otros tres Evangelios constituyen una narración histórico-teológica de la vida de Jesús, el que se atribuye a Juan parece más bien un teatro, un “espectáculo" en el que se "ve" a quien “habla”. Es un tejido de diálogos y largos monólogos, con breves indicaciones de lugar, tiempo y acciones: su protagonista es la Palabra misma, encarnada en Jesús, para manifestarse al mundo y entrar en diálogo con Él. Es el drama del encuentro / desencuentro entre el hombre y su Palabra, por la cual y para la cual ha sido creado.

Realmente nuestro destino se juega en la palabra que se intercambia, la cual así como puede florecer en la comunicación, la comunión y la felicidad, puede también abortar en la incomunicación, en la soledad y en la angustia. Para nosotros todo depende de la palabra, que puede producir verdad y luz, libertad y amor, gracia y vida o, por el contrario, provocar error y tinieblas, esclavitud y odio, posesión y muerte. El Evangelio de Juan es como un “concierto”, una lucha (cumcertare = luchar con) entre estas realidades opuestas, a las que nadie es indiferente. Porque justamente atañe a aquello que todos anhelamos o tememos, que nos da o nos quita nuestra identidad.

En el relato de la creación se dice que todos los vivientes fueron creados según su propia especie; mientras que del hombre no se dice que pertenezca a especie alguna. Porque él es el depositario de la palabra: "se hace" palabra que escucha y a la que da respuesta. Es libre para determinar su propia naturaleza: si escucha la palabra de Dios, participa de la naturaleza de Dios, pero si da crédito a otra palabra, se hace a imagen y semejanza de la misma.

La palabra nos pone en relación con los demás y pone a nuestra disposición toda realidad, para bien o para mal. Ella entra en el oído, despierta la inteligencia, excita el corazón y moviliza manos y pies: "informa" nuestras facultades y energías, nuestro sentir y pensar, querer y hacer, en suma, la totalidad de nuestra existencia. La palabra, a la vez que nos informa, también nos transforma.

Si el hombre, por naturaleza es escucha y respuesta, Dios, a su vez, es Palabra, comunicación de sí sin limitación. Hablar equivale a entregarse al otro. Dios y el hombre son interlocutores: en el diálogo, los dos se intercambian íntegramente, haciéndose una única realidad, subsistiendo, claro está, su natural diferencia.

¡Ser como Dios! Nuestro sueño es el mismo de Dios, y se cumple en la escucha de la Palabra que nos da el poder de ser hijos de Dios.

Claro que la cuestión no es tan simple: la palabra es para nosotros también lugar de equívocos y malos entendidos, fuente de todos los males. Como si hubiera entrado un virus, que echa a perder nuestro programa. El Evangelio es el antivirus, que corrige los errores concretos que algunas palabras tienen para nosotros. Palabras que nos resultan determinantes, ya que conciernen a la posibilidad misma de nuestra existencia humana, tales como padre, hijo, verdad, libertad, confianza, amor.

Además de terapéutica, la Palabra es “mayéutica", dado que al mismo tiempo que repara nuestro código genético, nos hace nacer gradualmente a nuestra identidad de hijos Dios y de hermanos de los demás. El Evangelio de Juan, conocido también como el "cuarto Evangelio", obedece a ese propósito al presentar la Palabra como protagonista. La forma del diálogo resulta la más adecuada para su propósito. Quien la lee es también leído y reinterpretado por lo que lee: la Palabra dice lo que ocurre en él y hace que ocurra en él lo que ella dice. Al final, el lector descubre que él mismo se va convirtiendo en un nuevo relato, el de la Palabra que ha oído. En tanto que Marcos dice que la Palabra sembrada crece “por sí sola” (cf. Mc 4, 28), el interés de Juan es contemplar cómo se produce ese germinar y crecer hasta el fruto maduro.

Juan no refiere ningún "exorcismo", pues entiende que la Palabra de verdad es de por sí un exorcismo de la mentira; tampoco incluye el relato de la transfiguración (con todo, cf. 12, 28b), efecto último de todo exorcismo, porque ella constituye la óptica desde la que se mira todo el panorama de su Evangelio. Por eso el suyo es el Evangelio de la Gloria.

 

HISTORICIDAD DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

 

En Juan, “los hechos” quedan reducidos a la mínima expresión; son “signos” narrados brevemente, para dar un amplio espacio a su significado. Más que narrar, el Evangelio interpreta.

Lo dicho, sin embargo, no afecta su historicidad. La historia no es únicamente la sucesión de acontecimientos ocurridos, sino, ante todo, el sentido que ellos tienen y los efectos que provocan. Un hecho es histórico en cuanto determina el principio de un proceso que modifica la forma de entender y de actuar del hombre. La manzana que cae sobre la cabeza de Newton es "histórica” por la interpretación que del hecho se sigue. ¡Cuántas manzanas habrán caído sin hacer historia! Romeo y Julieta son personajes históricos, no sólo por haber realmente existido, sino porque, aún hoy, el lector de Shakespeare los encuentra en su propia historia personal. Del sentido original de un relato histórico forma parte también el sentido que éste ha dado origen en la historia.

El Evangelio de Juan que, como dijimos, tiene básicamente carácter interpretativo, es por lo mismo supremamente histórico: no es tanto una ventana abierta hacia el escenario del pasado, para mirar lo ya sucedido, sino más bien un espejo en el que se puede ver lo que acontece aquí y ahora en quien lo lee.

Quien emprenda la labor de hacer un comentario del Evangelio de Juan forzosamente choca con una dificultad particular que no se presenta en los otros Evangelios. En efecto, tanto el de Marcos como el de Lucas constituyen una serie de narraciones, altamente simbólicas, que se comprenden con sólo explicarlas y aclararlas. El de Mateo, por su parte, posee una estructura “didáctica”, perfectamente dividido en cinco discursos, seguidos de otras tantas secciones narrativas, que muestran cómo Jesús hace lo que dice: en él, palabra y acción se ilustran recíprocamente. En cambio, la índole del Evangelio de Juan es muy poco narrativa y ampliamente explicativa. Surge entonces el problema: ¿cómo explicar una explicación, esclarecer una aclaración? Es más difícil que parafrasear una poesía, más arriesgado que analizar una sinfonía, más ridículo que explicar un chiste.
El Evangelio de Juan es real, pero también engañosamente simple. Una primera lectura posee una sugestiva evidencia: al punto se entiende que Jesús, en lo que dice y hace mejor, las cosas tienden a complicarse. Se tiene entonces la impresión de estar nadando en el océano, queriendo retener el agua, no quedando más alternativa que sumergirse y gozar jugando con las olas, perdiéndose en un horizonte sin horizonte. Es un Evangelio en el que hay que entrar con agudeza, con la mirada del contemplativo que goza con el agua y el aire, con el movimiento y la luz. Se lee y relee, se mastica y rumia, se gusta y asimila. Cada frase es una oleada del mismo mar y lleva a la misma realidad infinita. Quien se abandona confiadamente en ella, vive en una nueva dimensión, en donde se encuentra a entera satisfacción, porque reencuentra su vida, como le ocurre al pez en el agua o al pájaro en el aire.


CONTENIDO, ARTICULACIÓN Y FINALIDAD

El Evangelio de Juan se compone de 15.416 palabras griegas y utiliza 1.011 vocablos distintos, términos simples y primordiales, exquisitamente evocativos, a menudo apareados por oposiciones, en cada uno de los cuales resuena el todo de la experiencia humana. De sus 868 versículos, sólo 153 tienen paralelo en los otros Evangelios.
El contenido del Evangelio es el Hijo que habla a sus hermanos del Padre, a quien no conocen todavía. La palabra Padre aparece explícitamente 136 veces, referida 109 veces al Padre celestial, a quien también se le designa como “Dios”, “aquel que envía / manda, el "de dónde" y el "hacia dónde", o con expresiones equivalentes. Hijo aparece sólo 55 veces, por lo general referido a Jesús. Siendo él quien siempre habla y actúa, con todo, su obrar y su palabra se dan en su conciencia de Hijo que conoce y ama al Padre y a los hermanos. Esta relación Padre / Hijo es la Gloria (41 veces) de "saber" y "conocer" (141 veces), de “ver” (110 veces, lo que se expresa con cuatro diferentes verbos griegos): por eso es “la palabra” y “el hablar" (99 veces), el “atestiguar” y el “testimonio” (47 veces) de "la verdad”, de lo que es “verdadero” y “veraz” (48 veces), para que, por medio de la Palabra, "el mundo" (78 veces) "crea" (98 veces), tenga "la vida" y "viva" (53 veces), lo que ocurrirá en “la hora" (26 veces) decisiva, cuando Dios será nuestra “morada” (40 veces) y nosotros la suya. Creer y acoger la palabra del Hijo nos permite llegar a ser lo que somos: hijos amados del Padre, que aman a sus hermanos.
Como queda dicho, el texto narra pocas acciones: en total siete “signos” (las bodas de Caná: 2, 1-11; la curación del hijo del funcionario real: 4, 46-54; la curación de un enfermo: 5, 1-18; el don del pan: 6, 1-13; el caminar sobre las aguas: 6, 16-21; la curación de un ciego: 9, 1-41; la resurrección de Lázaro: 11, 1-44) y ocho "gestos simbólicos” (la expulsión de los vendedores en el templo: 2, 13-22; el perdón de la adúltera: 8, 1-11; la unción en Betania: 12, 1-11; la entrada mesiánica en el asno; 12, 12-19; el lavatorio de los pies; 13, 1-20; el bocado dado al traidor: 13, 21-30; la entrega de su madre al discípulo y del discípulo a su madre: 19, 26s; la pesca fructuosa en el lago de Tiberiades: 21, 1-14).

Estos signos y gestos simbólicos, descritos con pocas palabras, hacen siempre referencia a la realidad significada: la Gloria del amor pleno, que se revela en el momento de la elevación en la cruz. Todo el resto es un diálogo, que "hace acontecer” en el lector la realidad que aquel “signo" o "símbolo" significa. En algunas ocasiones, como sucede con Nicodemo o la samaritana, y con mayor fuerza aún en la segunda parte del Evangelio, el signo es la Palabra misma que entra en diálogo con nosotros.
Las múltiples voces que entran en escena se reducen a dos: la de Jesús y la de todos los demás, que encarnan nuestras distintas reacciones ante la Palabra. El es el protagonista: la “Palabra" eterna de Dios, el Hijo que revela el amor del Padre, en tanto que nosotros somos sus antagonistas, sus interlocutores que, poco a poco, llegan a la luz de su verdad. Al final, todas las voces se armonizan en una única Palabra, la del Hijo y de todos los hermanos que reconocen y aceptan el don del Padre. Es la solución, el final feliz del drama, nuestro paso de la muerte a la vida.
El contenido de la "buena noticia" es, por tanto, la Palabra misma que se hace carne en Jesús, el Hijo que se hace hermano de todos los hombres, a fin de que crean en el amor del Padre, descubran su identidad de hijos y lleguen a ser hermanos.
El Evangelio de Juan posee una articulación rigurosamente lineal. Luego del himno inicial, preludio de los temas que se van a desarrollar (1,1-18) y el testimonio del Bautista y de los primeros discípulos (1, 19-51), viene una primera parte, llamada “el libro de los signos" (cc. 2–12), que prepara la segunda parte. Ésta, que se desarrolla en un solo día, anuncia "la hora" del cumplimiento de lo que los signos significan: la glorificación del Hijo que nos ama hasta el extremo y nos entrega su Espíritu (cc. 13–20). Sigue una tercera parte, que inaugura la nueva creación: los discípulos reciben su Espíritu y están en capacidad de continuar en el mundo la misión de Hijo (cc. 20-21).
El Evangelio de Juan se propone llevar a la persona a cree que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios: quien lo acepta tiene la vida eterna, la vida de Dios (20, 31; cf. 1, 12), el inefable amor entre el Padre y el Hijo que se derrama sobre todas las creaturas.
El medio para alcanzar este fin es la Palabra misma, de la que el Evangelio es testigo, que entra en diálogo con nosotros. Ella provoca un escándalo y desencadena “una crisis" un proceso de revelación de Dios y de salvación nuestra.
El Evangelio de Juan encarna el drama de la opción entre fe e incredulidad, la lucha entre la luz y las tinieblas que tiene lugar en cada uno de nosotros. La Palabra provoca y desarrolla, reproduce y resuelve en el lector un lento camino de iluminación. Las palabras del Evangelio que se suceden en libre asociación, tienen el poder de liberar la relación entre nosotros y la verdad profunda de nuestro corazón.

LUGAR, FECHA DE NACIMIENTO Y DESTINATARIOS DEL EVANGELIO

El Evangelio de Juan nació en una comunidad judeo-cristiana de la diáspora, radicada probablemente en Efeso, cerca de Antioquia de Siria, o en otra ciudad en la que existía una fuerte comunidad judía en contacto con el ambiente helenístico.
El texto tiene la impronta del trauma sufrido por los primeros judeo-cristianos luego de su expulsión de la sinagoga. La fecha, por tanto, ha de situarse después del año 90.

El “antijudaísmo”, típico del cuarto Evangelio, debe entenderse como un argumento polémico contra aquellos que se tenían por los únicos judíos y excluían de su comunión a los seguidores del Cristo, quienes también se consideraban y se consideran judíos, como aquella porción de Israel que ha encontrado en Jesús al Mesías prometido. Se trata, en consecuencia, de una disputa familiar, entre hermanos, en su lucha por ser reconocidos como tales.

Dicha controversia, infortunadamente, ha sido leída en clave “antisemítica”, con resultados trágicos, efectos que perduran hasta hoy, lo que contradice abiertamente los propósitos del evangelista, y tergiversa radicalmente la comprensión que los cristianos deben tener tanto de los judíos como de sí mismos, y acaban por desvirtuar el corazón del mensaje y de la obra de Cristo.

 

EL AUTOR

 

Mucho se ha discutido sobre la composición y sobre el autor del cuarto Evangelio, a quien, de aquí en adelante, llamaremos Juan. De hecho, la tradición lo ha atribuido al apóstol Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago, a quien además identifica con “el discípulo al que Jesús amaba”, el que reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús en la última cena (13, 23.25), el que permaneció con la madre de Jesús al pie de la cruz (19,26), el que ha visto y nos ha dado su testimonio (19,35), el primero que creyó en el Resucitado (20, 2.8) y el que, ya al final del Evangelio, aparece acreditado como autor del libro (21, 7.20.24).

Al escribir, todo autor abriga la intención de comunicar a quien lo lee su propia experiencia: Juan quiere llevarlo a reconocerse en los distintos personajes del Evangelio, para identificarse al final con él, el discípulo que ha conocido y creído en el amor del Señor. Puede afirmarse con Orígenes: “Hay que atreverse a afirmar que la primicia de todas las Escrituras son los Evangelios, y que la primicia de los Evangelios es el de Juan, cuyo sentido nadie puede captar sino después de reclinar su cabeza en el pecho de Jesús".

El Evangelio de Juan ha sido mirado desde el principio, como "el Evangelio espiritual” (Clemente de Alejandría). Su símbolo es el águila. Su modo de proceder evoca, en efecto, el planear del águila: se eleva, sin batir las alas, con giros cada vez más cerrados y más altos, en una corriente que asciende, ensanchando continuamente el horizonte, hasta abarcar toda lejanía en el cielo y sobre la tierra, en un tiempo y un espacio sin fin que penetra todo espacio y todo tiempo. El futuro ya está presente y el presente es ya futuro.

El dónde se está es también el de dónde se viene y el hacia dónde se va. Sin jamás perder, con todo, ni proporción ni distancia, más bien dando a todo sus justas proporciones y distancias, puestas a fuego con la mirada penetrante del águila, como desde un punto asintótico, que no es otro que la óptica de Dios, que ve a todos y a cada uno y hace que todo exista en su realidad.

 

ESTE COMENTARIO

 

Este comentario ha surgido de una lectura continua del Evangelio que se ha tenido semanalmente, por espacio de tres años, en la iglesia de San Fidel en Milán. De esa atmósfera lleva la impronta, tanto en la intención como en el estilo.

Se propone ayudar al lector a penetrar en el misterio de la Palabra hecha carne en Jesús, para dejarse envolver más y más en el diálogo con El.

No se han suprimido las repeticiones, por considerarlas útiles para quien se aproxima con espíritu desprevenido al libro, reconociendo la distancia de tiempo entre uno y otro texto. El propio Juan emplea muchas repeticiones, que cada vez llevan a un nivel más profundo de comprensión.

Este comentario presenta, en cada pasaje, un calco del texto griego, al que le sigue una primera parte con mensaje en el contexto y una segunda con la lectura del texto; la tercera y cuarta parte, oración del texto y textos útiles, son indicaciones para el trabajo personal del lector, en el que se espera haber despertado el apetito de comer la Palabra.

Quiero expresar mi gratitud y bendiciones en primer lugar a quien ha inspirado y para quien ha sido escrito este Evangelio. Después, para todos los comentadores estudiosos, antiguos y recientes que me han facilitado el acceso a él. Un agradecimiento especial al padre Felipe Clerici, con quien he compartido la tarea de leerlo y presentarlo. También mi gratitud para los participantes, que han provocado el comentario y lo han enriquecido con sus observaciones. Finalmente, mi gratitud para el padre César Geroldi, Graziella Ronchi, Enrica D'Auria, Franca Montagna, Bárbara Centorame, Marina Galli y Beatrice Schiralli, que han colaborado en distintas formas en el presente trabajo.

 

CÓMO ORAR EL EVANGELIO

 

El Evangelio ha sido escrito para ser leído, comprendido y vivido. Si el comentario sirve para ayudar a leerlo y captarlo, para vivirlo es indispensable hacerlo objeto de oración: entre el decir y el hacer está el orar aquello que, más que un mar, es un océano infinito.

En el camino de la oración nadie es maestro. Es el Señor quien nos ayuda y nos instruye con su Palabra y con su Espíritu. De parte nuestra, sin embargo, es absolutamente necesario disponernos con método y empeño, dejando siempre espacio para la acción de Dios cuando El se anuncia.

El que busca con la lectura, se halla con la meditación: quien busca con la meditación, se encuentra con la oración; quien busca con la oración, se encuentra con la contemplación; quien busca con la contemplación, se encuentra con la unión.

Nos permitimos sugerir el siguiente método, antiguo y encomiado, de la lectio divina. Es bueno tener en cuenta que todo método al principio puede parecer un poco mecánico, pero una vez que se practica y aprende, resulta más útil de lo que se cree.

 

MÉTODO PARA HACER DEL TEXTO UNA ORACIÓN

 

ENTRO EN ORACIÓN

 

ENCUENTRO LA PAZ

 

• Con un momento de silencio.

• Respiro lentamente.

• Pienso que encontraré al Señor.

• Pido perdón por las ofensas cometidas.

• Perdono de corazón las ofensas recibidas.

 

ME PONGO EN LA PRESENCIA DE DIOS

 

• Hago la señal de la cruz.

• Durante el tiempo de un Padrenuestro miro como Dios me mira.

• Comienzo la oración de rodillas o como mejor me ayuda.

• En el nombre de Jesús pido al Padre el Espíritu Santo

para que mi deseo y mi voluntad,

mi inteligencia y mi memoria

se orienten exclusivamente a su alabanza y a su servicio.

 

ME RECOJO

 

Imagino el lugar donde se desarrolla la escena que se ha de considerar.

 

PIDO AL SEÑOR LO QUE QUIERO

 

Es el DON que ese trozo del Evangelio quiere ofrecerme:

corresponde a lo que Jesús hace o dice en ese relato.

 

MEDITO Y CONTEMPLO LA ESCENA

 

LEO el texto lentamente, cada uno de sus puntos

pues sé que detrás de cada palabra está el Señor que me habla a mí usando:

• La memoria para recordar.

• La inteligencia para comprender y aplicar a mi vida.

• La voluntad para desear, pedir, agradecer, amar, adorar:

"No tendré prisa: no se requiere hacerlo todo,

es importante sentir y saborear interiormente,

me detengo donde y hasta cuando encuentro fruto, inspiración,

paz y consuelo,

tendré una reverencia más grande cuando, al dejar de reflexionar,

comienzo a hablar con el Señor".

 

CONCLUYO

 

COLOQUIO con el Señor, como entre dos amigos, acerca de lo que he meditado.

TERMINO con un Padrenuestro.

SALGO lentamente de la oración.

Después de haber orado, reflexiono brevemente sobre lo que acabo de hacer, y me pregunto:

• ¿He logrado observar el método?

• ¿He tenido alguna dificultad? ¿Por qué?

• ¿Qué fruto o qué mociones espirituales he tenido?

 

 

Fausti, Silvano, Una comunidad lee el Evangelio de Juan, San Pablo, Bogotá, 2008, p. 5.

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