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Mostrando las entradas de diciembre, 2020

Estén siempre alegres (gaudete)

Estén siempre alegres (gaudete) 16 Estén siempre alegres, 17 oren sin cesar 18 y den gracias a Dios en toda ocasión; ésta es, por voluntad de Dios, su vocación de cristianos. 19 No apaguen el Espíritu, 20 no desprecien lo que dicen los profetas. 21 Examínenlo todo y quédense con lo bueno. 22 Eviten toda clase de mal, dondequiera lo encuentren. 23 Que el Dios de la paz los haga santos en toda su persona. Que se digne guardarlos sin reproche, en su espíritu, su alma y su cuerpo, hasta la venida de Cristo Jesús, nuestro Señor. 24 El que los llamó es fiel, y así lo hará.  Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24

Las siete palabras de Jesús en la cruz

 Las siete palabras de Jesús en la cruz por Karl Rahner, SJ Escrito por Ecclesia Digital Primera Palabra: "PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23,34) Cuelgas de la cruz. Te han clavado. No te puedes separar de este palo erguido sobre el cielo y la tierra. Las heridas queman tu cuerpo. La corona de espinas atormenta tu cabeza. Tus manos y tus pies heridos son como traspasados por un hierro candente. Y tu alma es un mar de desolación, de dolor, de desesperación. Los responsables están ahí, al pie de la cruz. Ni siquiera se alejan para dejarte, al menos, morir solo. Se quedan. Ríen. Están convencidos de tener la razón. El estado en que estás es la demostración más evidente: la prueba de que su acto no es sino el cumplimiento de la justicia más santa, un homenaje a Dios, del que deben estar orgullosos. Se ríen, insultan, blasfeman. Mientras tanto cae sobre ti, más terrible que los dolores de tu cuerpo, la desesperación ante tal iniquidad. ¿Existen hombres capaces de ta...

Dios nos visita con el dolor o con la alegría

Y cuando en medio de este desengaño de todo lo de acá, que todo cristiano debe vivir, sentimos que sólo uno es capaz de recoger ese nuestro ser total, que queremos entregar en un incontenible impulso de amor; cuando soportamos a pie firme ese profundo y total desengaño de todo, sin desesperación y sin ilusión; entonces comenzamos a amar a Dios. Suspiramos por algo, y no sabemos a punto fijo qué es, pero estamos bien seguros de que es algo que el mundo no nos puede dar. Y a este desconocido ser, ansiado y amado, debemos darle, con exclusión de todo otro ser, su propio nombre: Dios. Así despierta espontáneamente el amor a Dios en nuestra alma; casi sin advertirlo, suspira el hombre por el Dios de su corazón y por su participación en la eternidad. Así, suave y espontáneamente, comienza a buscar a Aquel Único que permanece cuando todo se hunde, a Aquel Único que nos envuelve y nos ama, al Dios de los deseos de nuestro pobre corazón. Otras veces no es este desengaño de las cosas de acá lo q...

Las tenues llamadas de nuestro inquieto corazón hacia Dios

Si nos parece muchas veces que no tenemos poder alguno sobre nuestro frío corazón, podemos siempre, al menos, una cosa: poner oído atento a los callados, tímidos, casi inconscientes movimientos de este amor de Dios, a las tenues llamadas de nuestro inquieto corazón hacia Dios. Los mil afanes de nuestra vida nos dejan con frecuencia cansados y desabridos; las mismas alegrías se tornan insípidas; presentimos a veces que aun nuestros mejores amigos quedan lejos de nosotros, y las mismas palabras de cariño de los hombres de nuestra mayor intimidad penetran en nuestros oídos como de lejos, lánguidas y frías. Todo lo que el mundo valora lo sentimos como vana granjería sin valor de fondo. Lo nuevo se hace viejo, los días quedan atrás, el seco saber se torna vacío y frío, la vida se marcha, la riqueza se evapora, el favor del vulgo sabe a capricho, los sentidos se embotan, el mundo es cambio, los amigos mueren. Y todo esto no es más que la suerte común de la vida ordinaria, aunque los hombres ...

Oración a Nuestra Señora de Guadalupe - Rezandovoy

  https://rezandovoy.org/reproductor/oracion/2020-12-12

Dame que yo me deje amar por Ti; porque aun esto es don Tuyo

Una cosa queda por declarar de este amor de Dios para que no sea mal comprendido. Verdad es que en mayor o menor grado vibra en el altar del corazón de todo hombre la llama del impulso a olvidarse de sí, a entregarse al más alto (esto aun en la rencorosa llama del perdido y desesperado que no puede amar); pero esta llama no es aún por sí sola el amor a Dios, ni aun por el solo hecho de subir hacia Aquél que llama su Dios. Tal impulso hacia arriba sólo entonces es amor cristiano cuando Dios lo salva con su gracia. Esto quiere decir dos cosas. Primero, que Dios ha de preservar este altísimo vuelo del hombre (preservarlo, salvarlo) de constituirse en una suprema expresión de soberbia, en pretensión loca de hacerse por su propio esfuerzo semejante a Dios, o en centelleante impaciencia de arrebatar para sí a Dios. Sólo cuando la inaccesible majestad y santidad del Dios eterno se abaja al hombre; cuando el hombre, para su gran bien, se hunde en adoración ante el lejano Dios, y postra ante Él...

La gozosa certeza de que primero nos amó Dios

 Y este amor de Dios se estremece con la gozosa certeza de que primero nos amó Él, y de que en todo momento responde a la llamada del amor, que sube hasta su corazón desde este valle de lo caduco y de la muerte. El amor no piensa en sí, es delicado y fiel; ama a Dios por Él mismo y no por la paga, pues él se es a sí mismo bastante paga. Aguanta en las horas turbias, sobrepuja amarguras; las aguas de la aflicción no llegan a apagarlo; es callado y no gusta de muchas palabras; porque el amor grande es casto y recatado. Valiente y confiado, y con todo respetuoso, odia la plebeya confianza y descorteses maneras ante el incomprensible Dios, pues no es amor a un cualquiera, sino amor a todo un Dios. El amor es un adherirse a otro, un darse todo a otro; por ello todo lo noble e indeciblemente sabroso encerrado en lo supremo y último que un corazón amante puede hacer, deriva de aquello que se ama. Por ello es tan supereminentemente santo y grande el amor de Dios; por ello es inextinguible....

Volcarlo todo en Tu santo corazón

¡Si el hombre se juntara a Dios con este amor! ¡Si supiera hallar a este Dios excelso, santo, alto sobre todo límite y concepto! ¡Si se abriera de par en par en este amor ante Él, olvidado de sí, deshecho de sí, hundido y abandonado todo su ser en Dios, en aquel sutilmente dulce y doloroso deliquio que se apodera del hombre cuando se pierde todo en su Dios! ¡Oh mi Dios! ¡Si llegara el hombre a entregarse a Ti enteramente, a hacerse suave y no duro e inaccesible! ¡Si llegara a vencer el sacral rubor de descubrirse hasta lo último, y bañado en lágrimas, que son júbilo, desplegara ante Ti cuanto tiene y proyecta en dicha y en amargura, y lo volcara todo en Tu santo corazón! Rahner, Karl, De la necesidad y don de la oración, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2004, p. 47.

El amor que aspira al todo: a Dios

No, el amor es por definición pasional; pero pasional con aquel impulso que empuja al hombre todo (carne y espíritu, y espíritu tomado como lo más íntimo del hombre total) a hacer saltar la estrecha esfera de su egoísmo, para darse todo (siquiera sea sólo su pobreza) en la entrega completa a algo superior a él; a olvidarse de sí mismo, porque lo otro se le ha hecho lo único importante. De este desinteresado amor del espíritu entre hombres queremos hablar aquí. Lo caracterizaríamos como un embeleso del alma, desnudo de todo utilitarismo, proyectado hacia la persona amada, como un movimiento del corazón hacia el ser amado. El hombre se pierde todo en él, en aquel dichoso olvidarse de sí que acontece en el hombre cuando todo su ser, dominado por el amor, rompe los fríos muros de su auto-afirmación, que le confinan en las estrechuras de su pobreza, y liberado de esa asfixia deriva su cauce hacia otro ser al que va ahora a pertenecer. Olvidado de sí, centra este amor en el amado, quiere su ...

El mandamiento del amor es la plenitud de la oración

Toda elevación del corazón que apunta directamente a este Dios, es oración. Y la plenitud pura de esta oración en la que el hombre, cara a Dios, lo consuma todo en uno, en cuanto le es posible, tiene por nombre amor cristiano. El mandamiento del amor no sólo es la plenitud de la ley, sino también la plenitud de la oración. En esta oración no pronuncia ya el hombre ante Dios una particular intención: una súplica, una confesión de su pecado, una alabanza de las divinas perfecciones. Se pronuncia a sí mismo en una entrega total a Dios, se sumerge en el amor a Él, en la medida en que el hombre puede anegarse y perderse en Dios. Y por ello en esa oración reza y dice el hombre de Dios lo más alto que puede de Él positivamente decir. Que es Él el sólo digno de ser amado con todas las fuerzas, sin reservas, sin condiciones, con amor eterno. Rahner, Karl, De la necesidad y don de la oración, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2004, p. 44.

Atrevernos a hablarle y llamarle: «Tú» y «Padre»?

Cuando esto advertimos, reconocemos al punto el profundo acierto de los antiguos, cuando afirmaban que la relación objetiva entre Dios y el hombre exige que el hombre dirija también directamente su mirada a Dios, conociéndole, reconociéndole, creyendo, adorando, esperando y amando, sin contentarse con honrarle indirectamente con meros actos terminados a las creaturas. Porque Dios es cognoscible por sus obras, aunque siga siendo el incomprensible, y como tal se nos revele, lo mismo que nos son incomprensibles todas sus obras. Dios nos ha hablado en su Hijo, si bien sólo con palabras de hombre podía hablarnos del Padre. Dios nos ha dado su espíritu y lo ha infundido en nuestro corazón, si bien de ello sabemos sólo lo que el Hijo nos ha querido revelar. ¿Por qué, pues, no levantar nuestra mirada hasta Él y abrir en su presencia nuestro corazón y nuestra boca, y confesarle de modo expreso y patente, y darle el honor, y atrevernos a hablarle y llamarle: «Tú» y «Padre»? Rahner, Karl, De la n...

La oración del amor

El amor de Dios y la oración ofrecen una común dificultad. Pertenecen ambas cosas a los hechos del corazón que sólo se realizan con éxito cuando se centra la atención en aquello a que se dirigen y se olvida uno de que los está haciendo; y, por el contrario, fracasan las más de las veces, y casi necesariamente, cuando se cae en la cuenta de que se están haciendo. Se puede, naturalmente, volver después sobre ellos, y puede ser ésta una excelente cosa; puede uno reflectir sobre el amor y sobre la oración y tratar de reconstruir en un examen metódico el proceso seguido. Pero toda reflexión examinadora y crítica es siempre algo así como la muerte de la acción misma (igual que no se puede disparar con tino mientras se examina el arma). Únicamente en el momento mismo en que se hacen, y no advirtiendo que se hacen ni que se han hecho, puede tenerse conocimiento cuasi intuitivo e inmediato de que han tenido o van teniendo éxito los grandes actos del corazón. Rahner, Karl, De la necesidad y don ...

El Espíritu de Dios ora en nosotros

 El Espíritu de Dios ora en nosotros. Éste es el más santo consuelo de nuestra oración. El Espíritu de Dios ora en nosotros. Ésta es la más alta prez de nuestra oración. El Espíritu de Dios ora en nosotros cuando nosotros sintonizamos con su oración. Ello significa para nosotros un nuevo, pero dichoso, deber de orar efectivamente, de orar con constancia, de orar y no desfallecer. Él ora en nosotros. Ésta es la indeficiente fuerza de la oración. Él ora en nosotros. Éste es el inagotable contenido de todas nuestras plegarias, que brota de las vacías cisternas de nuestro corazón. Él ora en nosotros. Éste será el fruto de eternidad de la oración dicha en este tiempo. Nuestro orar queda así consagrado por el Espíritu Santo. Hagamos un alto interiormente antes de comenzar a orar. Y cuando el hombre interior ha recobrado el sosiego, y en este sosiego silencioso todas las fuerzas del ser se conjugan suave y libremente, y de los hontanares del alma ascienden mansamente, según la santa dispo...

Una **** cosa puedes siempre, a lo menos: clamar de rodillas

Si crees que tu corazón no puede orar, ora con la boca, arrodíllate, junta tus manos, habla en alta voz. Aun en el caso de que todo ello se te represente como una mentira; es sólo la desesperada defensa de tu incredulidad ya sentenciada a muerte. Reza y di: «Credo Domine», creo, Señor, ayuda mi incredulidad. Soy impotente, ciego, muerto. Pero Tú eres poderoso, Tú eres luz y vida, y me has vencido ya mucho tiempo ha con la mortal impotencia y angustia de tu Hijo. ... Una cosa puedes siempre, a lo menos: clamar de rodillas y con la boca; golpear con tus gemidos la noche impotente y sin horizontes de tu desierto corazón; gritar tus anhelos de Dios. Una cosa puedes, que todos debemos hacer: orar. * * * Algo queda aún por decir. Esta lejanía de Dios no sería el amanecer de Dios dentro del muerto y hundido corazón, si el Hijo del Hombre, que es el Hijo del Padre, no hubiera padecido y  practicado con nosotros, por nosotros y antes de nosotros, esto mismo en su corazón. Pero El lo ha pade...

Padre nuestro

Si en la soledad de nuestro corazón sepultado bajo ruinas descubriéramos que este pobre corazón lleva en sí la infinitud. Si comenzáramos entonces a decir bajito: Padre nuestro que estás en el cielo de mi corazón, aunque él más parezca un infierno. Santificado sea tu Nombre; sea invocado en la mortal calma de mi necia mudez. Venga a nosotros tu Reino, cuando todo nos desampara. Hágase tu Voluntad, aunque nos mate, porque ello es la vida, y lo que en la tierra parece un ocaso es en el cielo el amanecer de tu vida. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; haz, te rogamos, que nunca nos cambiemos a nosotros por Ti, ni en la hora en que Tú estás cerca de nosotros, sino que, al menos en nuestra hambre, advirtamos que somos pobres e intrascendentes criaturas. Absuélvenos de nuestras ofensas y cúbrenos con tu escudo en la tentación contra la culpa y el asalto temido, que no hay propiamente más que uno: el que nos empuja a no creer en Ti y en lo incomprensible de tu amor. Mas líbranos de nosotr...

Una historia de amor

Mientras observaba, alababa a Dios por su bella obra. Mientras estaba sentado ahí, sentí la presencia del Señor conmigo. Entonces, Él me preguntó, "¿Me amas?" Yo contesté, "¡Por supuesto, Dios! ¡Tú eres mi Señor y Salvador!" Entonces me preguntó "Si estuvieras físicamente incapacitado, ¿aún me amarías?" Me quedé perplejo. Miré abajo. Mis brazos, piernas y el resto de mi cuerpo y me pregunté cuántas cosas sería incapaz de hacer. Las cosas que hoy me parecen tan sencillas. Y contesté, "Seria difícil, Señor, pero aún así te amaría" Entonces el Señor dijo, "Si estuvieras ciego, ¿amarías aún mi creación?" ¡Cómo podría amar algo, siendo incapaz de verlo! Entonces pensé en toda esa gente ciega en el mundo entero y cuántos de ellos aún aman a Dios y a su Creación. Así que contesté, "Es difícil pensarlo, pero aún te amaría." El Señor entonces me preguntó, "Si fueses sordo, ¿oirías aún mi Palabra?" ¿Cómo podría oír algo siendo...

Cristo (acrostico)

C onverse con DIOS en oración diaria Jn 15, 7 "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiéreis, y se os dará." R ecurra a la Biblia diariamente Hc 17, 11 "Eran estos más nobles que los de Tesalónica y recibieron con toda avidez la palabra, consultando diariamente las Escrituras para ver si era así." I nsista en confiar a DIOS cada aspecto de su vida 1 P  5, 7 "Echad sobre El todos vuestros cuidados, puesto que se preocupa de vosotros." S ea lleno del Espíritu de Cristo - permítale vivir su vida en usted Ga 5, 16-17 "Os digo, pues: Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne."; Hc 1, 8 "... pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra." T estifique a otros de Cristo verbalmente y con su vida Mt 4, 19 "... y les dijo: venid en pos de mí y os haré pesc...

Comparación del fuego y el leño

El designio de Dios es brindarse a nosotros por entero. Hagamos una comparación: Cuando el fuego quiere atraer hacia sí al leño e infundirse a sí mismo en él, lo que encuentra frente a sí no es su igual. Se requiere entonces un cierto tiempo. El fuego empieza por poner calor y ardor en el leño, después aparecen el humo y los crujidos, porque el leño es todavía distinto del fuego. Pero a medida que ingresa el ardor en él, más se vuelve calmo y tranquilo, y cuanto más igual se hace al fuego tanto más se le somete hasta que se hace todo fuego. Eckart, Johannes, Vida eterna y conocimiento divino, 1a. ed.. Buenos Aires, Deva's, 2002, p. 46.

¿Qué necesidad hay de los vestidos de ceda?

Bueno es conquistar, pero no lo perecedero sino el reino de los cielos. Los violentos lo arrebatan (Mt 11, 12). No podremos alcanzarlo con pereza, sino con diligencia. ¿Qué quiere decir <violentos>? Que se necesita mucha energía (el camino es estrecho) y que hace falta un alma joven y valerosa. Los que arrebatan quieren ir por delante de todos, a nada atienden, ni a la condena, ni a la acusación, ni al suplicio. Se preocupan de una sola cosa, de apoderarse de lo que quieren arrebatar y de superar a los que se hayan delante. Arrebatemos entonces el reino de los cielos. Aquí arrebatar no es culpa, sino alabanza. Por el contrario, oprobio es no arrebatar. Aquí nuestra riqueza no surge del daño ajeno. Esforcémonos, por tanto, en arrebatarlo. Si la ira, si la concupiscencia es un obstáculo, hagamos violencia a la naturaleza, seamos más mansos, fatiguémonos un poco para que reposemos para siempre. No arrebates el oro, arrebata aquella riqueza que revela al oro como barro. Porque dime, ...

Tentaciones de olvidarse y alejarse de Dios

 Pero el alma piadosa que tiene siempre presente a Dios, no cae en el olvido después de liberarse de las tentaciones (de olvidar y alejarse de Dios). Dt 6, 12-13 12 cuida de no olvidarte de Yahveh que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre. 13 A Yahveh tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás. Dt 32, 15 Come Jacob, se sacia, engorda Yesurún, respinga, - te has puesto grueso, rollizo, turgente -, rechaza a Dios, su Hacedor, desprecia a la Roca, su salvación. Por lo tanto, no hay por qué maravillarse de que los santos, en el punto culminante de la tribulación, se hayan demostrado piadosos y filósofos, sino de que pasada la borrasca y llegando la bonanza hayan permanecido moderados y diligentes. Juan Crisóstomo, La Verdadera Conversión, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1997, p. 162.